Las carteleras anunciaban “El golpe”, ganadora del Oscar a la Mejor Película, y “Eres tú”, de Mocedades, quedaba a cuatro puntos de ganar el Festival de Eurovisión, celebrado en Luxemburgo. En la tele triunfaba la serie “Los camioneros”, con Sancho Gracia, y todos cantábamos el “Eva María se fue buscando el sol en la playa”.
Durante ese mismo año de 1973 se apagó la voz increíble de Nino Bravo y el mundo del arte se vistió de luto por la muerte en París de Pablo Picasso. En la España del tardo franquismo, con Carrero Blanco de nuevo presidente del Gobierno, empezaban a detectarse síntomas de cambio.
En Sigüenza la gran noticia era la restauración del castillo para convertirlo en Parador Nacional de Turismo y la aprobación del proyecto de doble vía ferroviaria hasta Torralba. Los seguntinos, y también su último alcalde designado a dedo, Martín Poyo del Pino, soñábamos con el ferrocarril como fuente de progreso. Lo que es la vida…
Mientras Eva María seguía buscando el sol en la playa, aquí en Sigüenza un grupo de amigos de entre quince y diecisiete años, rebuscaba en las estanterías de Almacenes Robisco, junto a la Plaza de los Vagos, telas para las camisas de una nueva peña que se instalaría semanas después en las cuadras abandonadas del fotógrafo Manuel Martínez Conde, en la carretera de Alcuneza. Al subir y bajar por la pendiente que daba acceso al local, entonces lleno de escombros, alguien sugirió el nombre de “La Rampa” para denominar a la nueva criatura.
Cuarenta años después, buena parte de los fundadores de la Peña “La Rampa” seguimos unidos por esa pendiente, disfrutando de las fiestas en armonía y alimentando un compañerismo y una amistad que intentamos contagiar en las nuevas incorporaciones. Algunos se quedaron en el camino, como Goyo Larriba o más recientemente Luciano García, pero siguen con nosotros en el recuerdo.
La Rampa en la procesión de los faroles.
Treinta años en la carretera de Alcuneza
Las frecuentes reuniones entre la pandilla de “Los Velillas” y el grupo de “La Pocha” (expertos en ese juego de cartas) sirvieron para firmar un acuerdo de mínimos que permitiera poner en marcha la creación de una nueva Peña: captación de socios, camisetas, local y presupuesto. Javier Velilla recuerda, cuarenta años después, el proceso de adquisición de lasprimeras telas en la tienda Robisco y los posteriores cambios de vestimenta.
“Elegimos dos telas diferentes – dice Javier –, y nos hicimos unos chalecos mitad rojo y mitad azul, estampados con la silueta de una chica de pelo largo en bikini. Recuerdo que las camisetas nos las confeccionó la costurera de la Calle del Medio. Nos inclinamos por el chaleco, porque con la manga larga se nos disparaba el presupuesto. Esta primera indumentaria se cambió unos años después por un niqui azul marino, que llevaba el nombre de “La Rampa” estampado en pintura marrón, hasta que a finales de los setenta incorporamos el modelo actual: camisa blanca de manga larga”.
En el año de su fundación integrábamos “La Rampa” no más de treinta jóvenes, que pagamos una cuota de 500 pesetas para hacer frente a los arreglos y limpieza del local, al pago de las camisetas y a las garrafas de vino que transportábamos en un carrillo de dos ruedas desde las Bodegas Manchegas, por las Ursulinas, hasta el local que nos había alquilado Manolo “el Conde”. “Al comprar poca cantidad, no teníamos derecho al servicio a domicilio”, comenta Pepe. “Eso sí, al llegar con la mercancía a la altura de los chapistas – junto a la ermita de San Roque – siempre hacíamos una cata, para comprobar si el vino era de buena cosecha”.
Las condiciones de habitabilidad de la nueva residencia no eran las más adecuadas. “Nos juntábamos después de comer y le dábamos una mano de cal a las paredes, sobre las que luego pintábamos dibujos, con diálogos que ya son historia. El problema era que el agua se filtraba por las paredes, cada vez que regaban la huerta de arriba o cuando caía una tormenta. Bailábamos encima de los charcos”, cuenta uno de los fundadores.
En aquellos primeros años, con una enorme inflación provocada por la crisis del petróleo, la precariedad económica servía para agudizar el ingenio y propiciar la búsqueda de ingresos indirectos que permitieranmantener en pie el chiringuito. Economía de guerra. Nada de charangas. Un bombo el año de la inauguración y unos platillos de acompañamiento al año siguiente.
A Javier Hernández (El Quili) le tocó asumir entonces las funciones de tesorero y lo hizo con una dignidad encomiable. Durante el desfile de las carrozas desde el Prado de San Pedro hasta la Plaza Mayor, nos iba cobrando a cada uno de nosotros el importe de la peña. “Acumulaba tanto dinero en el bolsillo durante el recorrido – comenta – que yo mismo pedía que no me dejarais solo, por si me quitaban la pasta”.
Teníamos el presupuesto tan ajustado que la instalación del primer barril de cerveza nos parecía una auténtica revolución en los usos y costumbres de la Peña. De hecho, provocó la retirara inmediata de las tradicionales jarras de vino servidas a palo seco.
Dentro de este proceso de mejora y adaptación a los nuevos tiempos, jugaría un papel importante la verbena que organizábamos unos días antes de las Fiestas y que Javier Velilla se encargaba de anunciar por un megáfono desde un Seat 850. Una verbena que finalizaba con el sorteo de un cajón sorpresa que llenábamos con los productos donados previamente por las tiendas y bares de Sigüenza.
El despiste de la primera charanga
Aunque es difícil fijar la mayoría de edad de “La Rampa”, hay un punto de inflexión, un antes y un después, que coincide con la contratación de la primera charanga, en las fiestas de 1980. En realidad aquello tampoco puede decirse que fuera una charanga, sino una banda militar compuesta por seis guardias civiles, a los que un intermediario no había sabido o no había querido explicarles cuál iba a ser su cometido en las Fiestas de San Roque. “Creían– comenta José Estévez –, que habían sido contratados para tocar en alguna procesión o acto oficial, y tuvimos que darles un curso acelerado para reciclarlos, porque solo sabían tocar pasodobles. Yo les oía decir: ¿y ahora qué les tocamos a estos?”.
Para congraciarse de nuevo con la Peña, el mismo intermediario ofreció al año siguiente una charanga madrileña en toda regla, pero tampoco repitieron. Hubo unos años de desconcierto hasta que en 1982 contratamos una charanga de la Rioja Alavesa que no paraba de sonar. Cobraban 300.000 pesetas y tocaron durante los ocho o diez días que entonces duraban las fiestas, empalmando las madrugadas con la Diana Floreada. “Nos daban tal paliza, que estábamos deseando que se fueran a casa”, comenta un veterano de “La Rampa”.
Entre las charangas que han acompañado a “La Rampa” en las últimas décadas hay que destacar a la de La Guardia (La Rioja), que nos acompañaron desde las fiestas de 1988 hasta las de 1998 y que, si no hubiera sido por la jubilación, hubieran seguido otros tantos. “Eran como de la familia – comenta Jesús Muñoz Alguacil –, hasta el punto de que nos invitaron unos años después a conocer La Guardia. Llegamos en el autocar a la entrada del pueblo y nos dieron la bienvenida con un pasacalle. A partir de ese viaje, decidimos montar el programa anual de excursiones”.
Mención especial merece, por supuesto, la charanga Irulitxa Fanfarrea, de Ermua (Vizcaya), que nos ameniza las fiestas desde el 2005. Gorka dirige a un grupo de músicos jóvenes – catorce, el año pasado –, a la vez que monta juegos y concursos de baile. También esta charanga ha invitado a la Peña a visitar Ermua y a recorrer con sus componentes algunos de los rincones con mayor encanto del País Vasco.
Cuarenta años son muchos años. Han pasado muchas cosas y hemos protagonizado infinidad de historias y de anécdotas que difícilmente cabrían en estas dos páginas. Sin embargo, voy a detenerme en un par de ellas. Al poco tiempo de fundarse “La Rampa”, se provocó un incendio en las inmediaciones del local, concretamente entre la carretera de Alcuneza y La Isla, y el fuego pudo ser sofocado gracias a un retén de voluntarios, pertrechados con los palos de las pancartas y las camisetas de la Peña.
Otra noche asistimos a un conato de agresión multitudinaria, después de que algún gracioso hiciera correr la voz de que en “La Rampa” se invitaba a todo el mundo a chuletas a la brasa. Efectivamente, se encendió la lumbre en el patio de la Peña, la gente de otras peñas iba tomando posiciones, pero las costillas de cordero no aparecían por ningún lado. “Nos tuvimos que ir a escondidas para que no nos lincharan”, comenta uno de los padres de la idea. También fue muy comentado por todos que durante el desfile de gigantes y cabezudos la figura de la Reina rodara por los suelos por culpa del traspié de un componente de “La Rampa”.
Empezamos siendo 30, pero llegamos algún año a los 160. El presupuesto de 1973 ascendía a 12.500 pesetas. El actual ronda los 15.000 euros. “La Rampa”, gracias a una buena organización, ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos.
Han cambiado algunas cosas, pero hemos sabido conservar en estos cuarenta años de existencia la amistad entre muchos de nosotros, el compañerismo y el buen rollo.
La Rampa, años 70.
Toreros, cocineros y turistas
La peña “La Rampa” ha vivido tardes de gloria, con Pepe “El Miño”, Fernando Gómez “El Cortezón” y sus respectivas cuadrillas en la plaza de toros del Paseo de las Cruces. El primero con un estilo más depurado y el segundo con enorme valor y entrega, ambos lograron triunfar ante la afición con novillos de distintos pelajes y muy dispares ganaderías.
Con faenas de mucho mérito, tanto “El Miño” como su buen amigo “El Cortezón”, ocupan hoy un lugar destacado en la tauromaquia seguntina. Sin embargo, también hay que hacer partícipes de esos éxitos a unas cuadrillas compenetradas y combativas. A unas cuadrillas que siempre estuvieron al quite, dispuestas a jugarse el tipo por el maestro. Me vienen a la memoria los nombres de Javier Vela “El Triski”, Jesús Alguacil “El Fisiu”, José María Rodrigo “El Melquia”, Mariano Hervás y Jesús Estévez, entre otros. En el recuerdo de todos nosotros han quedado grabados para siempre algunos increíbles pares de banderillas, narrados en directo por Javier Velilla.
Si en el toreo hemos logrado el aplauso y el reconocimiento de la afición, otro tanto podemos decir en la gastronomía. Desde que se impuso la costumbre de comer y cenar en la peña, en “La Rampa” se han ido consagrando importantes cocineros, mientras otros – como Jesús del Amo – ejercen con profesionalidad y generosidad su magisterio. La paella de Mariano Hervás, la caldereta de Cecilio Sopeña, los judiones de Raúl López, las migas de José Ignacio Alcalde o las parrilladas de Jesús Estévez podrían estar incluidas en las guías gastronómicas más exigentes..
El turismo es otra de las actividades culturales de “La Rampa”. Desde la primera salida a La Guardia, en el año 2000, se han realizado excursiones a Salamanca y Ciudad Rodrigo; a Mérida y Trujillo; a León y Astorga; a Cáceres y Monasterio de Yuste; a Burgos y Monasterio de Silos; a Santander, Comillas y Santillana del Mar; a Granada; a Valladolid y Palencia, y a Úbeda y Baeza. Los viajes son ya una tradición que ayuda a mantener al grupo unido.