Pasó el verano, y ya los días se dulcifican, alargando sombras en la dorada declinación de la tarde. Son los días dedicados a la diosa Melancolía, que anteceden a la llegada del otoño.
Y son días también para meditar, recapacitar, recordar, pensar y esas otras tareas que, a menudo, se nos olvidan.
Han pasado muchas cosas, y no todas buenas, en este mes de agosto interminable, cuando las zarpas del calor alcanzaban las sombras más frescas, y el campo se arrugaba como papel seco e inflamable. Han pasado fiestas, charangas y toros, esa procesión de luminarias de cristal reluciendo en la noche, ahíta del olor a nardos; han pasado los amigos, los vermuts, el chundachunda en la Alameda, el imposible relente del atardecer… hemos visto las coloridas danzas de la tierra, damas y caballeros bailando una pavana con hachas en la mano, espadas y palos, los recitales de todo género de música, desde la vihuela susurrante a los decibelios del rock.
Bien está.
Por los alrededores, en los caminos tortuosos de las pedanías, la Naturaleza ha desplegado flores y verdores, hojas duras de las carrascas, suaves hojas de ante en los robledales, brezos, hierbas altas, lentamente tostadas por el calor.

Recordemos un lugar con un castillo tipo Exin o Lego, de torres perfectas, completo como una maqueta, del que ya hablé una vez. Lola Gómez Castellanos, la alcaldesa, me invita a una fiesta de hermandad:
“Únete al abrazo del pueblo de Guijosa para celebrar el funcionamiento de su antena. Conectados a la señal y unidos por el corazón”.
Los vecinos juntan sus manos en un corro que rodea otro más pequeño, festejan también con un aperitivo que organiza la comisión de fiestas. 21 son, según el censo, si no me equivoco, los habitantes que, a partir de ahora, tendrán más cerca a sus hijos y nietos en las duras jornadas del invierno.
Y yo me pregunto si estamos en el siglo XXI cuando aún se festeja algo tan básico, motivo de alegría en esta España Vaciada - o, mejor decir, Olvidada-, a la que casi todo le ha sido arrancado en un abandono paulatino de las comunicaciones, asistencia médica, escolaridad, atención y foco mediático. Los hijos se fueron, huyendo de la nada. Los padres, solitarios, envejecen.
Es Guadalajara una provincia Frankenstein, creada con retazos de aquí y de allá, rodeada por Segovia, Soria, Madrid, Cuenca, Teruel, Zaragoza, castellana vieja al norte, manchega al sur… una cartografía que retrata muy bien el corazón de España, la de verdad, la que tiende la mano y abre la puerta al viajero.
Me cuenta Lola que Don Juan Martín, el cura, va a poner de su bolsillo un dinerillo ahorrado, para el arreglo del suelo de la plaza de la iglesia, que será posible añadiendo cada familia una pequeña cantidad. Y que Maribel, una vecina, enseña un museo pequeño y de limpieza reluciente, que ofrece al visitante el testimonio sentimental de la vida de antaño, con objetos donados y cuidados amorosamente. Vecinos de esa España resignada, que no protesta, que no alborota, que, sin medios a veces, no exige pero que, en el caso de este y tantos otros pueblos, no está dispuesta a dejarse morir sin más, y lucha por no apagar ese rescoldo en el pecho llamado esperanza, lo que me emociona, como me emocionan las calles silenciosas de casas de piedra con sus revocos esgrafiados, los callejones donde sopla el viento, las fuentes con agua transparente, guijos y algo de verdín, las tapias y muros que preservan jardines, las flores, las aromáticas, los cerros redondos y los bosques de esta tierra, brava y dulce a la vez, que vegeta bajo cielos de nubes poderosas y atardeceres amarillos con rompimientos de Gloria iguales a los grandes cuadros de las catedrales.

No puede morir tanta belleza.
No lo consintamos.
Hasta aquí la poesía. Los impuestos, nos aseguran los Estados, sirven para que las administraciones públicas lleguen a donde la iniciativa privada no llega. Exijamos su correcta aplicación, pues han de sostener lo básico, cuando es deficitario por naturaleza, como las comunicaciones, aunque sea para un solo vecino; la escuela, incluso para un solo escolar; la sanidad para el último vecino. Horarios para líneas en las que transita poca gente, pero que ahí están, siempre disponibles como un flotador en la borda de un barco. Y cobertura telefónica, que, a veces, es cuestión de vida o muerte en una provincia extensa donde las urgencias pueden estar a muchos kilómetros. No es de recibo que, a la altura en que estamos, falte cobertura en numerosas zonas de la provincia, como cualquiera puede comprobar viajando desde Sigüenza hacia la A-2.
Y ¿Qué decir del ferrocarril? ¿Cuántas líneas se cancelaron con el pretexto de que no eran rentables, cuántos pueblos perdieron así la conexión con el mundo?
Para más abundamiento, carreteras cubiertas de nieve o hielo, estrechas, difíciles de transitar, hacen que las líneas de autobuses, si no tienen subvenciones que les compensen, vayan cerrando paulatinamente, sin que pase nada, porque hay quien piensa que, hoy en día, todo el mundo tiene coche, y, total, los que no lo tienen son cuatro viejos que no tienen por qué desplazarse.

Es obvio que deben renovarse las infraestructuras, pero si se corta un núcleo de comunicación importante, hay que ofrecer una alternativa, no un desconsuelo, como es el caso de la conexión de Sigüenza con Guadalajara, o, ya puestos a sufrir, con Madrid que - rivalidades autonómicas aparte- sigue siendo el sitio donde viven más de siete millones de personas (tres y medio sólo en la ciudad, un alto porcentaje de la población total de España), lugar de residencia y trabajo de muchos seguntinos.
Recuerdo el pasmo que me produjo el hecho de que, en 2019, durante un congreso de Historia del Arte en Bogotá, tardásemos tres horas en llegar a una pequeña población distante 90 kilómetros de la capital, pensando ingenuamente que nuestro país era otra cosa, y, mira: en el bus “ directo”, hora y media para llegar a Guadalajara, eso sí, visitando bellos lugares y paisajes; parada de 20 minutos enfrente de gasolinera, y continuamos, total, casi tres horitas de nada para alcanzar Madrid, a 140 km. En la Europa de 2025.
Pero eso no es todo: se supone que todos tenemos internet en casa y sabemos como usarlo, o que algunos desconfíen de la seguridad del pago, por lo que no vale comprar el billete en el mismo bus, hay que espabilar, y sacarlo previamente, con puntos de venta inexistentes (la floristería está de vacaciones), ya que, en Correos, según me explican las amables funcionarias, mucha gente ha preguntado y, no, no se venden los billetes. Billetes que, por otra parte, han de reflejar DNI y datos personales, porque lo importante es que estemos fichados como los que usan la red. De esta manera, además, la gente mayor se queda anclada en su sitio y se muere de puro aburrimiento.
Lo verdaderamente paradójico es que en una provincia donde sigue habiendo zonas sin cobertura, sea la compra por internet el único modo de conseguir el maldito billete.
Y, para venir desde la capital, conviene realizar una pesquisa previa en la estación de Chamartín para localizar el punto exacto, algo fantasmagórico, de donde salen los autobuses. En fin, que, por mucho que se diga, no todo el mundo se desplaza en vehículo propio y Sigüenza es ciudad turística que, dígase lo que se diga, ha debido ver reflejado el impacto de todo esto en su restauración y servicios.
Porque creer que el ferrocarril estará disponible a comienzos del año próximo, visto el estado de las obras, me da que tiene más de leyenda urbana que de realidad. Ojalá me equivoque.
¿No podría fletarse, siquiera una vez al día, un bus verdaderamente operativo que, siguiendo la A-2, tuviera parada en Guadalajara y continuara hasta Madrid?
La parada en Jadraque, única en la ruta del “directo”, se solapa con el bus que circula con unos minutos de diferencia, por lo que no habría perjuicio para esta población.
Pero hay que ser optimistas. Hagamos realidad el famoso dicho: “La Administración, si quiere, puede”.
En Sigüenza, el Ayuntamiento, Comunidad Autónoma y Gobierno son del mismo Partido, así que miel sobre hojuelas.
¿Para cuándo un servicio directo a la Capital, y viceversa, en tiempo razonable?
¿Para cuando cobertura total en la provincia?
¿Para cuando el siglo XXI?














Un gozo leerte, querida Letizia. Parece que estoy allí mismo compartiendo esa naturaleza castellana contigo y los tuyos, y recordando los ecos de la bienvenida al extraño que reflejó Cela cuando tu abuelo le ofreció merienda y casa en su “Viaje a la Alcarria”. Gracias por tu necesario llamamiento a la mejora de las comunicaciones que ayudarían a poblar esas zonas de España y que tan fácil podría resultar coordinar para los políticos actuales. Así sea y muy pronto.
Magnífico análisis de una situación calamitosa extendida por toda España. Leticia: denotas conocimiento y sensibilidad. Mi enhorabuena por esta aportación.
Maravillosa prosa, como siempre, Leticia. En el contenido mollar, matizaría algunas cosas. Creo que escribiré algo (si encuentro hueco). Abrazo!!!