La Plazuela en las redesVideos de La Plazuela

Jerónimo de Ayanz y Beaumont fue un genuino personaje del Renacimiento: militar, pintor, compositor musical, cantante, ingeniero hidráulico, de minas, metalúrgico, inventor, comendador, gobernador, administrador de las minas españolas… Descubierto no hace mucho en el Archivo General de Simancas por el ingeniero e historiador Nicolás García Tapia, es uno de esos ingenieros geniales y prolíficos casi desconocidos por el gran público, que han hecho que valoremos mejor la ciencia y la tecnología española del Siglo de Oro.

Nació en 1553 en el Señorío de Guenduláin, muy cerca de Pamplona. Hijo de una familia emparentada por ambas ramas con los reyes de Navarra. Su madre, Catalina de Beaumont, le educó en casa y, al fallecer ésta, tomó el relevo Brianda de Beaumont, familiar de su madre.

A los 14 años pasó a ser paje de Felipe II. Esta era la mejor educación que se podía recibir en aquella época; una escuela para los infantes a los que acompañaban ciertos hijos seleccionados de los nobles, asistida por algunos de los mejores sabios del momento. Encargado de la educación de los pajes se encontraba el “Maquinario Real”, el gran ingeniero aragonés Pedro Juan de Lastanosa. En esa escuela se enseñaban artes militares (equitación, esgrima…), humanidades (lenguas clásicas, literatura, pintura, música, danza…), matemáticas (astronomía, cosmografía…), arquitectura, protocolo y etiqueta, gimnasia, ajedrez…

Su carrera militar dio comienzo a los 18 años y su primera acción de guerra se dio en el intento de recuperar la Goleta (1574). Tras el fracaso de la operación fue destinado a Milán, donde pudo observar el desarrollo general de la región y las múltiples obras de la escuela de ingeniería lombarda (máquinas, canales, ríos navegables, esclusas…) y más tarde a Flandes (1576). En esta última campaña resultó gravemente herido, y la fuerza y valor mostrado le hicieron muy popular en toda España. Más adelante participó en el asedio y conquista de Lisboa (1580) y se embarcó con el marqués de Santa Cruz para infligir una importante derrota a la flota francesa en la Isla Terceira (1582).

Nombrado Gobernador de Murcia, propuso la recuperación del abandonado puerto de Cartagena para la invernada de la flota que defendía las costas levantinas de los ataques de los piratas berberiscos. Cartagena le debe su auge posterior y su preponderancia en el entramado de puertos militares españoles.

Cuando la Contra Armada (1589) dirigió una compañía murciana que defendió La Coruña de los ataques ingleses.

En aquel momento, la minería era un pilar fundamental del mantenimiento de la guerra, ya que proporcionaba financiación gracias a la extracción de metales nobles (oro y plata), y posibilitaba la fabricación de armamento y elementos para la ingeniería naval mediante el resto de los metales (hierro, cobre, estaño, plomo, etc.). Por ello, Felipe II nombra a Jerónimo Administrador General de Minas del Reino (1597), con el encargo de mejorar sus explotaciones. Ayanz emprende una inspección por la península visitando personalmente 550 de ellas durante dos años. Sus conocimientos químicos le llevan a impulsar un nuevo modo de separar la plata del mineral. Gracias a su aportación, la región del Potosí tiene que agradecerle muchos años de progreso económico.

El más grave problema de las minas de entonces era que, al profundizar en el subsuelo, se bajaba más allá del nivel freático y las minas se inundaban. La profundidad de muchas de ellas impedía que la potencia de las bombas de la época pudiera achicar el agua a tal profundidad. Jerónimo desarrolla entonces un invento revolucionario, para la época; aplica la fuerza del vapor de agua, ya conocida desde la Grecia Clásica, para mover una bomba de su invención que usa en la mina de Guadalcanal (Sevilla), clausurada desde hacía tiempo por estar anegada.

Solo por este invento, la primera aplicación industrial de la máquina de vapor (1606), Jerónimo de Ayanz merece un puesto principal en la Historia de la Ciencia y la Tecnología mundial. Su aplicación se adelanta en casi 100 años a otra bomba, muy parecida a la suya, del británico Thomas Savery (1698).

Sesenta páginas de explicaciones y dibujos en la sección de patentes de Simancas atestiguan su capacidad inventora. Entre estas se hallan molinos metálicos, hornos, bombas de agua, máquinas de vapor, un aparato de aire acondicionado, un método para destilar el agua del mar, una báscula de precisión, un aparato para medir el trabajo, una campana subacuática, un traje de buzo y… un submarino.

Muerto su mentor Felipe II, gran protector de las ciencias, y ya en la corte de Felipe III (un rey sin interés por la Ciencia), presentó una primera patente en el año 1603 de un submarino destinado a hundir armadas, recuperar tesoros y recolectar perlas. En el año 1606 volvió a presentar sus inventos ampliados y mejorados, y eliminó el uso militar del sumergible, seguramente por considerarlo algo fantasioso; pero mantuvo los propósitos civiles.

El submarino de Ayanz.

El submarino de Ayanz, denominado “barca submarina”, era de madera, cuero y refuerzos metálicos. Hermético e impermeable, su estructura soportaba profundidades de casi 20 metros, más abajo habría colapsado. Se entraba por una trampilla (ver croquis, n. 1) que después se calafateaba. Tenía un sistema de lastres rodantes (2) que le permitían descender y ascender mediante tornos y se propulsaba por remos (3). Incluía unos tubos de aspiración (4) para la renovación del aire, que se mantenían fuera del agua mediante pellejos inflados. Seguramente no habría podido hacer grandes ni largas inmersiones, pero era original.

Contaba con unos guantes impermeables (5) unidos a unas aberturas, como en las cajas de manipulación con guantes modernas, por los que se sacaban las manos para recoger perlas o pecios, y tenía ventanillas (6) de cristal grueso con rejas protectoras.

No se conoce registro de que se construyera y se probara bajo el agua, por el tono en el que están escritos los documentos parece más una idea bastante avanzada que una realidad; aunque Jerónimo era un ingeniero práctico que ensayaba todo lo que inventaba, y las patentes del rey se concedían tras demostración experimental, por lo que habrá que seguir buscando en los archivos.

Si se encontraran esos documentos podríamos hablar del primer submarino operativo del mundo. Mientras aparecen –o no–, solo podemos decir que se trata del segundo diseño documentado de un submarino.
Recientemente se ha encontrado un capítulo de un libro científico suyo, en el que se acerca a algunas de las ideas novedosas de la Física renacentista.

Honrado en dos ocasiones por Lope de Vega por su fuerza y su ingenio, se le considera un príncipe de la ingeniería y el mejor continuador de la obra de Lastanosa, pero sus experiencias murieron con él. Ninguno de sus cuatro hijos le sobrevivió y no se le conocen seguidores. La envidia hizo que, tras su desaparición, su nombre fuera raspado de la lista de Administradores de las Minas del Reino. Su familia olvidó sus ingenios y, en sus distintos escritos dirigidos al rey para solicitar privilegios, exclusivamente referenciaron sus méritos militares. Solo a finales del siglo XX, el Archivo de Simancas nos ha devuelto su figura intelectual y su ingenio.

Una vez más, en la Historia de la Ciencia y la Tecnología española, las grandes contribuciones del genio nacional se pierden por la concurrencia de unos gobernantes miopes y una sociedad ignorante.

Para saber más: Turriano, Lastanosa, Herrera, Ayanz. Tecnología e Imperio. Ingenios y leyendas del siglo de oro. Nicolás García tapia y Jesús Carrillo Castillo.

Luis Montalvo Guitart

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

¡Nuevo!
Agotado