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El 3 de junio una pequeña comitiva de Sigüenza, encabezada por Inés de la librería “Rayuela”, tuvo la suerte de participar en un encuentro con el escritor frances, nacido en Líbano (1949), Amin Maalouf, laureado del premio Goncourt y secretario de la Academia Francesa. En las instalaciones de la editorial Anaya presentó su nuevo libro de ensayo “El laberinto de los extraviados: Occidente y sus adversarios” (Alianza Editorial, 2024).

Hoy cuando los países occidentales quedan perplejos ante el desafío de Rusia y la postura evasiva de China, Amin Maalouf hace una cosa muy oportuna: examina otros momentos en la historia (de los últimos dos siglos) cuando la supremacía de Occidente vaciló, y saca de ahí algunas conclusiones.

El primer capítulo se dedica al fenómeno de la modernización acelerada de Japón a partir de la “era Meiji”. El segundo, a la Rusia soviética. El tercero, al recorrido hecho por China a lo largo del siglo XX, para el que es difícil encontrar una definición precisa, al fin de cuentas Maalouf la caracteriza a China como heredera a la vez de la modernización japonesa y del proyecto comunista. El cuarto y último capítulo habla de los Estados Unidos: estos al principio también se rebelaron contra Europa para luego “recoger su antorcha” y ponerse a su cabeza.

Amin Maalouf es muy buen narrador, lo que puede apreciar cualquiera que haya leído “León el Africano” o “Samarcanda”. Solo de vez en cuando tuve la sensación de estar leyendo un manual de historia. Pero por lo general consigue transmitir emociones que llenan la historia: el entusiasmo y el sopor, el orgullo y el sentimiento de inferioridad, el miedo y el odio, la admiración y la envidia… Dice que lo que escribe es una especie de “vidas paralelas”, pero no de personas sino de países. Curioso es que la historia de los cuatro países se convierte en la misma historia. Como a veces ocurre en novelas que el autor cuenta sobre personajes que no tienen nada que ver unos con otros y luego revela que sus destinos están entrelazados.

Empieza con la era del emperador Meiji en Japón (1868-1912), cuando a marchas forzadas Japón “se occidentalizó” y se convirtió en una potencia mundial. Hasta tal punto que por primera vez, como subrayaban los periódicos de su tiempo, un “pueblo de color” pudo ganar la guerra a un país europeo: Rusia (1904-1905). Para Rusia esta derrota fue no la única pero una de las causas de un debilitamiento del régimen zarista y a fin de cuentas, de su caída. Y la caída del zar ya sabemos a qué consecuencias llevó al mundo entero... Pero, según Maalouf, la metamorfosis de Japón fue un desencadenante para los cambios mundiales no menos importante que la revolución de Octubre, si vemos desde el punto de vista del mundo oriental que quedó totalmente inspirado por el ejemplo de Japón. “Oriental” quiere decir “musulmán” también. Incluso, menciona Maalouf como una anécdota, en Singapur abrieron una suscripción para financiar una misión a Japón para intentar a convertir al emperador al islam: un liberador de los musulmanes hubiera estado bien que fuese musulmán. 

Pero, en contra de todas estas esperanzas, Japón se entregó a sus “demonios militaristas”, mutó de presa a depredador, y aquí el autor por primera vez habla de “extraviarse”. A mí me ha parecido que la palabra “extraviados” se utiliza en sentidos diferentes a lo largo del libro.

Una gran parte del mundo celebró la victoria de Japón sobre Rusia como una victoria de Asia sobre Occidente. Pero al cabo de varios años Rusia misma se volvió contra Occidente. Así es su naturaleza doble, euroasiática. Nunca perteneció del todo a Occidente, y es curiosa la observación del autor de que el zar Pedro el Grande, en su enérgico intento de modernizar Rusia a principios del XVIII, fue un precursor del emperador Meiji. Pero el capítulo sobre Rusia se centra en el “desafío formidable” a la supremacía de Occidente que suponía el socialismo soviético. Ahí es donde la Unión Soviética obtuvo muchos aliados entre los países del tercer mundo con ideas nacionalistas en auge. Mientras tanto en Europa su gran prestigio ganado en la Segunda Guerra Mundial iba mermándose debido a su manera de actuar en Hungría, en Berlín (el muro), en Checoslovaquia… La cuestión de las libertades y de los derechos individuales fue, en palabras de Maalouf, “esgrimida” por Occidente en acusación de la URSS, mientras los países del sur tenían prioridades diferentes y estaban dispuestos a aceptar un partido único o un poder autoritario. La pregunta que me queda: ¿cuándo se extravió Rusia: cuando se desvió del camino del capitalismo hacia nuevas formas de propiedad y economía o cuando ya a finales de los años 20 se alejó de su propio ideal del “paraíso de los trabajadores”? Amin Maalouf no dice que la economía planificada no fuera posible e incluso razonable, pero, según él, se juntó con un dirigismo rígido y un servilismo burocrático, lo que la hizo fracasar. Termina diciendo que Rusia va a proseguir su historia con otra forma de ver las cosas y otras aventuras pero “su sueño de abrir un nuevo camino a toda la humanidad” ha fracasado.

Amin Maalouf durante la presentación de su libro en Madrid
Amin Maalouf durante la presentación de su libro en Madrid, el 3 de junio de 2024

China no pretendía proclamar sus valores por todo el mundo (otra cosa son sus mercancías). En eso se diferencia de Rusia y de los Estados Unidos. Siempre ha sido hermética. Nada de ambigüedad euroasiática, como Rusia. Cuando Maalouf habla de Japón o de Rusia, menciona sus riquezas culturales (el teatro noh, kabuki, el budismo zen, la ética de los samuráis en Japón, la literatura y música rusa del siglo XIX) pero hablando de China dice con mucha admiración que es una civilización.

Sin embargo, por mucho que fuera una civilización milenaria, puede estar a la misma altura que Occidente solo si es económicamente igual o más eficaz. Porque al final este es el criterio del desarrollo de la humanidad (yo no sé si es un criterio occidental impuesto a todo el mundo). China tuvo su milagro económico bajo el mando de Deng Xiaoping. Dos momentos destaca Maalouf: en China no hubo ajustes con el Mao difunto, nadie quiso ser el “Jruschov chino”. En vez de hundirse en lamentos por los errores pasados, como la “revolución cultural”, se miró adelante. Y, segundo, con Deng la teoría marxista se aplicaba de manera muy flexible. Me acuerdo de los protagonistas de las novelas de Amin Maalouf quienes, después de muchas peripecias y cambios de bando, llegaban a la conclusión: la vida está por encima de la ideología. Más o menos, como el famoso lema de Deng Xiaoping: “Blanco o negro, lo importante es que el gato cace ratones”.

En el capítulo “La ciudadela de Occidente” el tono predominante es de admiración por los Estados Unidos. Además, todos llevamos nuestro bagaje personal, y Amin Maalouf cuenta que en el ambiente de su juventud en Beirút, la admiración por los Estados Unidos era generalizada. En el tiempo de su fundación eligieron ser república, aunque aquel entonces esto no era nada común. Se inspiraron en la antigua Roma, con todas sus virtudes y sus grandes personajes. Su sistema político es el más perfecto, dice Maalouf, aunque no entre en detalles. La única “tara” fue y es su racismo, no bien curado después de la guerra de Secesión y arrastrado por toda su historia posterior. Solo un detalle: después de la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson proclamaba a cuatro vientos el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Lo que le atrajo la simpatía de muchas ex colonias. Pero fue un “malentendido”, dice Maalouf: Wilson sólo se refería a los pueblos europeos, los “blancos”, lo que también estuvo determinado por la historia familiar y el ambiente donde se formó este hombre. La gestión del mundo después de la Primera Guerra Mundial, bajo la égida de los americanos fue desastrosa, la de después de la finalización de la Guerra Fría, también. En cambio la de después de la Segunda Guerra Mundial, fue, para el autor, ejemplar: “...sin el Plan Marshall, Europa occidental habría tardado varias décadas en recuperarse de la devastación, y Japón, sin la `terapia de choque` a la que lo sometieron los estadounidenses, no habría hallado en sí fuerza para cambiar de rumbo y obrar el milagro económico que fue el suyo”. Que el lector valore el mismo esta afirmación.

En cualquier caso, la conclusión a la que llega es que un país no puede estar en posición dominante, esto inevitable provocará odio y celos contra él. Hace falta un sistema internacional con “el que la humanidad entera pueda identificarse”, y ahora puede que sea el momento de construirlo. 

Amin Maalouf firma su libro el 3 de junio 2024

 

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