La Plazuela en las redesVideos de La Plazuela

Hace un par de semanas estuve hablando con un amigo. Lo de siempre: que si el año nuevo, que si la política vieja, e incombustible, que si tal que si cual, y acabamos comentando lo que hace años bautizamos como “Ecos provinciales”. Es decir, asuntos de Guadalajara que nos llamaban la atención, por alguna causa, y que guardábamos hasta poder hablar de ellos cuando tuviéramos ocasión. Esta vez saqué yo el tema. Le dije lo asombroso que me resultaba la cantidad de talento de todo tipo (artístico, técnico, académico) que había en Sigüenza. Por supuesto que es un poso de siglos diocesanos y decenios veraneantes. Algo tenía que quedar. Pero lo que más me sorprendía es que una vez reunido ese capital incalculable, por las circunstancias que sean, no se aproveche y, aún peor, se dilapide haciendo ostentación.

Entonces él me recordó una conversación que tuvimos hace muchos años a cuenta de un “descubrimiento” casual. Se trataba de una serie de cuentos de sapos que escribieron los hermanos Grimm y de los que nosotros no teníamos noticia. Se ve que se nos había pasado la edad. No son tan conocidos como otros pero también tienen su moraleja y, como ilustración de nuestra charla, me envió este:

Una huerfanita hilaba, sentada sobre el muro de la ciudad, cuando vio salir un sapo de una hendidura. Rápidamente extendió junto a ella su pañuelo de seda azul, que los sapos aman con pasión y sólo a ellos se dirigen. En cuanto el sapo lo vio, dio media vuelta, volvió con una pequeña corona de oro, la colocó sobre el pañuelo y se fue de nuevo. La niña tomó la corona; centelleaba, y la formaban los más delicados hilos de oro. Al poco rato, el sapo volvió y, al no ver la corona, se deslizó por el muro y golpeó contra él su cabecita, lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotaron y cayó muerto. Si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura.

 

 

 

No hay comentarios

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

¡Nuevo!
Agotado