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Como el año 2020 fue tan rematadamente malo, especialmente en lo referente a nuestra salud pública, todo hacía suponer que 2021 se portaría algo mejor. Pero, no. Y mira que empezó bien. Las primeras vacunas contra el Covid19 y la borrasca Filomena – año de nieves, año de bienes -, nos hicieron abrigar algunas esperanzas. También al Gobierno, que se aprendió de memoria la cantinela de más vacunas y más recuperación. Por supuesto, saldríamos de la crisis todos juntos. Sin dejar a nadie atrás.

Nadie podría prever en plena cuesta de enero que en la isla de La Palma se activara un volcán durante la madrugada del 20 de septiembre. Y que la erupción en Cumbre Vieja desparramara por la Isla Bonita toneladas de lava y dejara sin vivienda a miles de palmeros. Éramos pocos y parió la abuela.

Por lo tanto, la prudencia aconseja en este inicio de 2022 no hacer pronósticos. Aunque las vacunas han llegado ya a más del 90% de la población española, los repuntes de estas Navidades nos han vuelto a meter el miedo en el cuerpo. Ayer por la mañana, sin ir más lejos, veía largas colas delante de las farmacias del barrio para adquirir test de antígenos. Nadie podía prever que las mascarillas serían, dos años después, inseparables compañeras durante nuestras estancias fuera de casa.

Con estos antecedentes, es lógico que uno empiece ya a desconfiar hasta de las, cada vez más fiables, previsiones meteorológicas. No digamos ya de las previsiones optimistas que anuncian quienes aspiran a mantenerse en el poder o de las previsiones catastrofistas de quienes sueñan con alcanzarlo. Si fuera cierto que “un pesimista es un optimista bien informado”, tendríamos que llegar a la conclusión de que entre nuestros actuales dirigentes hay demasiado indocumentado.

Por si fuera poco, estamos ya a un paso de aceptar con naturalidad la mentira en la política, en el periodismo y en las redes sociales. El valor de la palabra dada cae en desuso, y ha dejado de sorprendernos que un presidente de Gobierno diga una cosa por la mañana y por la tarde la contraria. En el actual panorama político produce sonrojo hablar de “hombres de palabra”. Y no digamos la risa que puede provocarnos el que alguien salga presumiendo de haber rubricado acuerdos con un simple apretón de manos. La palabra dada nunca había estado tan infravalorada: contaminada por la falsedad y el engaño.

Pero tampoco es cuestión de entrar ahora, apenas iniciado el nuevo año, en este debate. Bastante tenemos ya con soportarlo cada miércoles en el Congreso de los Diputados y en los actos políticos de los fines de semana. Sólo un aviso: los ciudadanos no somos idiotas y tenemos - unos más que otros -, capacidad intelectual suficiente para darnos cuenta de cómo están las cosas, de cómo afecta a nuestra economía doméstica la subida de la inflación o de cómo se siguen marcando máximos históricos en el precio de la energía.

Así que marquemos las distancias – como las del Real Madrid de esta temporada con el Atleti y con el Barça – y vayamos a lo que realmente nos interesa, que no es otra cosa que el bienestar, la salud y la economía. El problema es que, para conseguir el primer objetivo – el del bienestar -, antes hay que superar la maldita pandemia y recuperar después el poder adquisitivo que hemos perdido por culpa de la inflación y de la subida del precio de la energía.

 

ALGUNOS DESEOS PARA EL 2022

En el año de los tres patitos, sin hacer previsiones, y a tiempo todavía de poder entregar la carta a los Reyes Magos, me gustaría enumerar algunos de los deseos que, en caso de cumplirse, nos devolverían el optimismo y la alegría:

Que el dichoso Covid19 desaparezca de nuestras vidas. Y, si se queda, como apuntan ya los científicos, que al menos sus efectos puedan ser equiparables a los de la gripe.

Que de una vez por todas la clase política se dedique a trabajar por los intereses generales de los españoles, llegue a acuerdos de Estado y se olvide de sus intereses personales y de partido.

Que el gobierno de España y su futuro no dependan de las concesiones a formaciones políticas cuyo principal objetivo es acabar con la Constitución, con la Monarquía y con el actual sistema democrático.

Que la oposición se centre un poco y aporte soluciones y alternativas, en lugar de recrearse en los errores del Gobierno.

Que el sistema educativo y la formación de las nuevas generaciones dejen de ser objetivo político para convertirse en un objetivo de Estado a medio y largo plazo.

Que la imagen y el prestigio de España en el mundo se recupere y volvamos a ser el país emprendedor, ejemplar y de referencia entre los países más desarrollados.

Que la candidatura del “paisaje Dulce y Salado de Sigüenza y Atienza” para ser declarado Patrimonio Mundial siga avanzando. Haber incluido en el proyecto el Parque Natural del Río Dulce, las salinas de Imón y el castillo de Riba de Santiuste aumenta las posibilidades de esta iniciativa.

Es posible, como ya advertía al principio, que la realidad vuelva a tumbar estos deseos. Es probable que los hechos impongan su tozudez a nuestras ilusiones y anhelos. Pero sin perder la esperanza en que el año 2022 nos dé también alguna alegría, aunque sólo sea de vez en cuando.

Que sustos ya estamos teniendo bastantes.

 

 

 

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