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Después de más de siete meses viviendo en una especie de realidad virtual donde todo nos ha cambiado tanto, desde nuestras relaciones sociales hasta en cómo afrontamos nuestras actividades cotidianas como la compra, viajar, ir al trabajo o al centro de salud... quisiera poner el acento en una generación que está sufriendo de lleno las peores consecuencias de esta situación: la de nuestros mayores.

Inauguración de la placa en la que se recuerda a las víctimas del covid-19 en Sigüenza

Una generación nacida en vísperas de nuestra cruenta Guerra Civil, que vino al mundo y vio la luz en una España dividida política y socialmente, con la presencia de una lucha fratricida y que creció en la etapa posterior de la postguerra donde la hambruna y la miseria eran las señas de identidad de todos nuestros pueblos y ciudades.

Gente la mayoría de origen humilde, trabajadores del campo cuyas herramientas principales eran los aperos de labranza, acostumbrados a lidiar con mulas y bueyes, que tuvieron que abandonar los estudios casi sin haberlos comenzado. Trabajadores infatigables que con esfuerzo y tesón lograron recuperar la economía de una España devastada tras la guerra. Que soñaron para sus hijos un futuro mejor, dándonos unos estudios que ellos no tuvieron la oportunidad de alcanzar y sin embargo con su sacrificio construyeron el Estado del Bienestar que ahora conocemos y disfrutamos.

Y por ironías del destino, al final de sus días, cuando todo apuntaba a una existencia tranquila, con los achaques físicos propios de la edad obviamente, pero rodeados de sus seres queridos, ha tenido que venir esta maldita pandemia para diezmarlos en muchos casos, y entristecerlos y abatirlos en el resto.

Porque no olvidemos que un amplísimo porcentaje de los fallecidos en el cómputo corresponde a nuestros abuelitos, y además hemos de recordar que los que logran sobrevivir están abocados a vivir una existencia tristísima. Aislados en sus habitaciones para preservarlos de este mal en los Centros Sociosanitarios —y desde aquí mando un mensaje de gratitud y ánimo para todo el personal que se está ocupando de esta labor— o recluidos en sus casas, recibiendo sólo las visitas imprescindibles de familiares, siempre con este criterio de distancia física y huida del contacto estrecho.

Se dice que una sociedad se mide por la manera en que cuida a sus ciudadanos de edad avanzada.

Con este escrito quiero resaltar y rendir mi particular homenaje a estos luchadores que en las postrimerías de su vida tienen que librar esta dura batalla y a los que se han quedado en el camino, como mi madre. Quiero hacer un llamamiento público para que nunca sean olvidados, ni en condiciones normales ni ahora, cuando están sufriendo estas experiencias tan dolorosas y traumáticas. Todo lo que somos se lo debemos a ellos. Nunca lo debemos olvidar.

María Juana López Sanz

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