La tarea consiste, lo primero, en buscar un resquicio por donde cruzar el muro de datos negativos que se van acumulando en los últimos meses. Después dibujar un camino transitable hacia un futuro que hay que construir. Todo esto sin ocultar que el proceso será muy duro y con la amenaza cierta que está más cerca cada día. Por eso necesitamos con urgencia una buena provisión de optimistas. ¿Cómo identificar esos perfiles? Es difícil dar una descripción fina y acabada. Pero si tuviera que resumirla en un dato diría que tienen que ser unas personas muy bien (in)formadas. La comprensión de los excepcionalmente duros y complicados momentos que están llegando es el punto de partida necesario, ineludible, para un plan de acción sensato.
La tarea propuesta, desde luego, no es nada fácil. Porque el problema no lo es. Además de una situación general muy compleja, van a tener en contra el peso muerto de la tradición y la inercia de tantos esquemas rancios y vacíos. Cuando desde tantos altavoces nos intentan animar con la llegada inminente de alguna “normalidad”, sea la vieja o la nueva, no están sino agitando la banderita de “los buenos viejos tiempos”. Lo cual no es cierto. Sobre todo, porque el pasado se inventa según haga falta. Estamos en medio de una pandemia que tiene enormes consecuencias de salud pública, sociales, económicas y políticas. La enfermedad ha puesto de manifiesto, en diferentes grados según dónde se mire, carencias graves en todos esos campos. Algunos achacables a la organización general de las sociedades. Otros inevitables, como el colapso de los sistemas sanitarios, si una parte significativa de la población necesita ser atendida al mismo tiempo. Y todos esos rotos no van a desaparecer con la extinción de la alarma sanitaria cuando sea que se produzca. Menos todavía si se abre y cierra de manera intermitente. Por eso, lo más importante es tratar de comprender en qué situación se encuentra la sociedad en el más amplio sentido de la palabra, con qué podemos contar, y a dónde se puede ir con los elementos disponibles. Hacen falta planes estructurados según criterios conocidos basados en conocimientos contrastables, revisables y evaluables. Desde luego no vamos a volver, nadie podrá, a ningún punto anterior a la pandemia. Esas llamadas a la normalidad, recobrada o inventada, son anuncios de crecepelo. Una nueva versión de “Puedes conseguir lo que quieras si lo deseas con todas tus fuerzas”. El deseo así, en seco, es fácil de levantar, pero nada efectivo. Recordemos que, a la larga, lo barato sale caro. Lo malo es que, en el caso del que estamos hablando, será tan inasumible que no tendremos con qué pagarlo. Dejémonos de consejos vacíos y frases huecas. Optimistas, poneos a trabajar. Contadnos vuestros planes e invitadnos al esfuerzo común. Recordad que para luego es tarde.