Enrique Alejandre Torija. La mujer trabajadora en Guadalajara (1868-1939). Fundación Federico Engels, 2024.
El 18 de mayo en la librería “Rayuela” de Sigüenza, Enrique Alejandre Torija presentó su nuevo libro “La mujer trabajadora en Guadalajara (1868-1939)”.
Enrique Alejandre, como investigador, ocupa un “nicho” bien determinado: la historia de las condiciones de trabajo y del movimiento obrero en la provincia de Guadalajara. Así que el específico tema de la mujer lo aborda conociendo muy bien todo el contexto y siempre “con los pies en la tierra”.
La “mujer trabajadora” en el libro nunca es una figura abstracta. He aquí una lavandera que está lavando la ropa con el calor y con el frío en uno de estos lavanderos que hoy nos parecen rinconcitos tan románticos... He aquí una planchadora: “Su labor es propia de mujeres firmes y resistentes, porque estropea mucho y perjudica la salud” (un informe oficial en 1890)... He aquí sastras que pasan horas incontables en posturas forzadas y dándole al pedal de la máquina de coser... He aquí coristas de zarzuela, poco consideradas y mal retribuidas… lo que llevó incluso a una huelga a las actrices del teatro en Sigüenza en 1896, entre tantas otras.
Es muy curioso este panorama de empleos femeninos. El libro tiene como anexo unas tablas estadísticas sobre oficios y salarios. Fuera del ámbito familiar (incluido el negocio familiar), las principales fuentes de empleo para la mujer eran, previsiblemente, el servicio doméstico y los trabajos en el campo. El fenómeno de una sirvienta alcarreña en Madrid fue tal que cuajó en la literatura: una “chacha” de Guadalajara se encuentra en obras de Galdós, Mesonero Romanos o Baroja.
Muy pocas mujeres casadas trabajaban por cuenta ajena. Incluso en los contratos existían cláusulas por las que el contrato finalizaba si la mujer se casaba. Estas cláusulas fueron canceladas en la nueva legislación de la II República. Pero aun así la mujer necesitaba permiso de su cónyuge para firmar contratos laborales. Ni que hablar de que salarios de las mujeres fueron mucho menores que los de hombres, incluso si se hacía un trabajo igual, como por ejemplo sastra y sastre o muchos trabajos del campo, donde las mujeres contratadas cobraban menos incluso que adolescentes. En 1933 una orden ministerial confirmó la práctica de remuneraciones distintas para hombres y mujeres. Solo como excepción, algunas bases de trabajo incluían la cláusula del mismo salario al mismo trabajo para ambos géneros. Son hechos conocidos pero Enrique Alejandre los sistematiza y aplica a la realidad concreta de la provincia de Guadalajara.
La lucha de las mujeres por sus derechos se presenta en este libro como una lucha natural y básica de alguien quien está explotado, no por motivos humanistas de igualdad de los seres humanos u otras razones elevadas. Se habla de los motines contra un precio del pan abusivo, contra la prohibición del espigueo o contra la subida de impuestos. Ahí ya empezaron a organizarse las mujeres... En 1912 se creó el primer sindicato femenino en Guadalajara, el de Modistas, en UGT. En 1919 las empleadas de la Telefónica de Guadalajara participaron en una huelga y seguían entre las más empeñadas en ella cuando en la mayoría de las ciudades las centralitas ya habían vuelto a funcionar.
La marginación social de las mujeres iba a la par de la marginación laboral. Por ejemplo, en 1857 se aprobó la Ley de Instrucción Pública conocida como ley Moyano, por la cual las niñas debían de asistir a la escuela entre los 6 y los 9 años. Pero muchas no lo hacían simplemente porque ya estaban utilizadas para las tareas del hogar. En lo que concierne a la enseñanza media, en 1917 por primera vez una chica consiguió el título de bachiller en Guadalajara: pertenecía a una de las familias más acomodadas de la provincia.
En los círculos cultos de Guadalajara de vez en cuando surgía la discusión sobre el papel de la mujer en la sociedad y sobre la educación que tenía que recibir. Prácticamente toda la variación de opiniones se reducía a lo mismo: “Debe instruirse (…) a la mujer con elementos de Geografía, Física, Geometría e Historia Natural, ciencias que tienen inmensa aplicación en los actos de la vida y en las necesidades domésticas” (Antonio Pareja Serrada, cronista provincial, profesor y periodista, 1880).
Incluso en el siglo XX, cuando tomaron fuerza ideologías como la socialista o la anarquista, dentro de ellas no hubo una visión clara de la cuestión femenina. La tendencia era considerar a la mujer como educadora de niños y “compañera” del hombre.

Pero ya existía “un feminismo muy distinto”, como dice Enrique Alejandre y destaca el discurso de Isabel Muñoz Caravaca (Madrid, 1848 – Guadalajara, 1915), maestra en Atienza y periodista. Defendía ideas muy progresistas para su tiempo. Se posicionó en contra de las corridas de toros, la pena de muerte, la guerra de Marruecos. Luchó también por que se reconstruyera la destartalada escuela de niñas en Atienza y por que los padres enviaran a las niñas a clase...
Pero si de algo hizo causa especialmente fue de la defensa de la plena igualdad de sexos. En el Anexo del libro se puede leer un par de artículos suyos, como “El voto femenino” publicado en Flores y Abejas en 1906, donde dice:
“Las mujeres son, moral e intelectualmente, iguales a los hombres; tienen derechos, los mismos que los hombres; si estos votan, aquellas deben votar, cuando estos sean legalmente aptos y elegibles para desempeñar cargos, aquellas deben serlo también…”
(Hay que recordar que 25 años más tarde políticos progresistas seguían con dudas si permitirle a una mujer votar o no.)
Otro artículo suyo se llama “Comentarios” (1904). En él se opone a lo más indestructible: comentarios machistas, como diríamos hoy. Eran “comentarios” en la prensa y en la vida cotidiana sobre las “solteronas”, sobre mujeres sin niños, etc. que en cierto modo reflejaban la idea tradicional sobre la mujer. “… Con toda mi energía defenderé a estas solteronas avergonzadas porque son inútiles. ¡Inútiles! ¿Dónde están las leyes, dónde las costumbres que les enseñen cómo es posible dejar de ser inútil en la sociedad? ¡El matrimonio o el ridículo!, es un absurdo…”
Este artículo acaba con las siguientes palabras: “Delante de los más avanzados de los que defienden sus derechos está el lugar de las mujeres, demandando independencia, personalidad, instrucción, libertad, aire puro: una conmoción social, capaz de producir nueva vida, porque solo en otra civilización de una sociedad radicalmente transformada está su porvenir”.
En 1936 llegó esta “conmoción social”. A fuerza de circunstancias las mujeres entraron masivamente en política, en producción, incluso en las trincheras…
Demostraron su capacidad para una lucha armada en los primeros días de la revolución. Pero pronto el gobierno del Frente Popular hizo un llamamiento a que las mujeres volvieran a retaguardia, lo que Enrique Alejandre considera una “medida reaccionaria”. Pero fue cumplida. Incluso la revista anarquista Mujeres Libres escribía: la mujer “prefirió cambiar el fusil por la máquina industrial y la energía guerrera por la dulzura de su alma de MUJER”.
La participación de las mujeres en la producción -además muchas veces en la calidad del único sostén de la familia- volvió a plantear el problema de la discriminación salarial. Por otro lado, en discursos políticos empezó a decirse: nosotras las mujeres “no queremos usurparles (a los hombres) su puesto, que no venimos a arrebatárselo, sino a defenderlo y sostenerlo hasta su regreso” (Hoz y Martillo, órgano provincial de PCE). Al lector actual estos celos por los puestos de trabajo (“me quitan mi puesto”) le pueden recordar los celos hacia los inmigrantes por parte de los autóctonos.
“Inevitablemente en la mente de muchas mujeres surgieron pensamientos como estos: si nos retiran del campo de batalla, donde hemos demostrado que podemos luchar como cualquier varón, si no nos pagan -o muy poco- por nuestro trabajo, si los empleos que ahora tenemos volverán a ser de los hombres cuando finalice la contienda, ¿dónde están nuestros derechos, dónde los cambios prometidos?” - dice el autor y concluye: “Esta situación de las mujeres sin duda fue un factor, que junto a otros, contribuyó a la desmoralización y a la derrota del bando republicano”.
Con esta derrota el avance en la cuestión femenina se frenó y dio marcha atrás. Pero lo ocurrido después de 1939 ya sale del marco cronológico del libro. Sin embargo en las últimas páginas el autor hace una breve referencia al tiempo actual para mostrar que la lógica de aquella lucha de mujeres sigue su desarrollo y todavía no ha llegado a su final.
• Mire sobre el tema: Huellas de mujer en la historia de Sigüenza.