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Llega diciembre, el mes en que recibimos al invierno y la Navidad. Dentro de las tradiciones navideñas desde hace unas décadas en España las grandes empresas dedicadas al consumo han conseguido imponer muchas costumbres foráneas, sobre todo anglosajonas, como Halloween, Black Friday, Ciber Monday o Santa Claus.

Por este motivo el artículo de este mes se lo dedicamos a una seta, muy común en nuestros bosques, que está muy unida a la leyenda de Santa Claus.
Santa Claus, Papa Noel o San Nicolás son los distintos nombres por los que se conoce al personaje que según muchas culturas occidentales trae regalos a los niños en Navidad y que para poder transportar los regalos, los guarda en un saco mágico y los entrega montado en un trineo mágico, tirado por renos voladores. Y la seta que permanece unida a esta leyenda es la conocida Amanita muscaria.

La Amanita muscaria, comúnmente conocida como “seta de los enanitos”, es una seta tóxica con una cutícula, la piel del sombrero, de color rojo escarlata que con el tiempo se vuelve naranja parduzco, posee numerosas motas blancas que son los restos de la volva original y que en época de lluvias pueden desaparecer, así mismo la lluvia puede clarear la cutícula del rojo al naranja claro. El sombrero tiene los bordes estriados, con láminas blancas, su pie es blanco, con anillo amplio, colgante y persistente. La base del pie es claviforme, rodeado de una volva, blanca, fugaz, a manera de verrugas que componen círculos incompletos. Su carne es blanca, con tonos anaranjados cerca de la cutícula.

Es una seta tóxica porque contiene hemolisinas y dos tipos de venenos, muscarina y atropina. Produce el síndrome Micoatropínico, de propiedades neurotrópicas y alucinógenas.

La Amanita muscaria es una seta unida a infinidad de leyendas, mitos y usos desde tiempos ancestrales. Pero este mes contaremos las relacionadas con Santa Claus.

La historia comienza en Siberia y Laponia donde las Amanitas muscarias eran consumidas por los chamanes de algunas tribus. Estos chamanes secaban las setas al sol y una vez secas se las comían. Podían comérselas ya fuera solas o remojadas con agua, leche de reno o con el jugo de varias plantas dulces. Si se iban a comer solas se debían humedecer primero en la boca, o bien, una mujer no dejaba de ensalivarlo hasta formar una bolita que consumía el chaman.
Los chamanes tenían como principal función servir a su comunidad entrando en contacto con el mundo espiritual y poder sanar enfermedades, etc. Para lo que en muchas ocasiones ingerían amanitas al igual que usaban la percusión y el canto para entrar en trance. Pero no eran solamente los chamanes los únicos consumidores de estas setas dentro de la tribu, la Amanita muscaria también era ingerida por el resto de la tribu para conseguir una mayor capacidad de resistencia al trabajo físico y para complementar la dieta de la zona, muy baja en vitamina D, muy necesaria para mantener los huesos fuertes.

Por ese motivo una de las tareas de los chamanes era repartir las codiciadas setas por las tiendas de los miembros de la tribu colgando las amanitas en las tiendas a modo de regalos. Los chamanes suponemos que por experiencia transmitida a través de los tiempos sabían que muchos de los efectos negativos del uso de la amanita muscaria se compensaban consumiéndola seca, es por ello que los chamanes y miembros de la tribu, las secaban colgándolas de los pinos o dejándolas reposar cerca del fuego. Puede ser este el motivo de que en las culturas del Norte de Europa los arboles de navidad se decoren con figuras en forma de amanita muscaria.

Algunos estudios antropológicos, han teorizado que, en ocasiones, debido a las abundantes nevadas que dificultaban el acceso a las tiendas, los chamanes entraban por las chimeneas con su saco para repartir las amanitas y otras plantas medicinales. Con el paso de los años esta costumbre ha podido transformarse en la cultura popular dando lugar al mito de un personaje que trae regalos entrando por la chimenea, y dar así paso a la tradición de que Santa Claus entra por las chimeneas para dejar los regalos.

Además hay una interesante teoría sobre el origen de los renos voladores que proviene de la población aborigen Sami de la Laponia finlandesa, la población indígena más antigua de Europa. Los Sami son una tribu cuya principal actividad era el pastoreo y cría de renos, en los bosques del Círculo Polar Ártico crece la Amanita muscaria y se sabe que los renos las buscan y comen incluso buscándolas bajo la nieve durante los fríos días del otoño e invierno. A la Amanita muscaria por sus propiedades alucinógenas se le atribuye un vínculo mágico con los renos en Escandinavia, ya que es su comida favorita, y se sabe que desde tiempos remotos existe un estrecho vínculo entre la vida de los renos y el pueblo Sami. Antiguamente los chamanes sami solían alimentar a los renos con la Amanita muscaria para poder utilizar sus propiedades en los rituales adivinatorios. Se desconoce si la Amanita producía los mismos efectos en los renos que en los chamanes, en cualquier caso, los chamanes sabían que consumir las amanitas muscaria era muy peligroso y por este motivo se las daban de comer a los renos y después los pastores seguían a los renos para recolectar su orina, ya que el riñón del reno filtraba y separaba las sustancias toxicas del muscimol y el ácido iboténico que son las responsables del efecto psicotrópico y que posteriormente serían expulsadas a través de la orina. Una vez recolectada la orina del reno se utilizaba por los chamanes como alucinógeno para conseguir trances, experiencias espirituales y visiones en las que experimentaban estar volando o de que todo a su alrededor flotaba. Y de ahí se cree que nació la leyenda de los renos voladores de Santa Claus.

Una última coincidencia. Los colores de Santa Claus son el blanco y el rojo, que curiosamente son los colores de la Amanita muscaria. ¿Casualidad?

Para finalizar recordar que la Amanita muscaria es una seta altamente tóxica y en muchos casos su consumo puede provocar la muerte del consumidor.

Por lo tanto, recomiendo:

“NUNCA CONSUMIR AMANITA MUSCARIA”.

Texto y fotografias: Javier Munilla

Viñeta

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