De repente oímos voces. Es una algarabía de la Sigüenza del siglo pasado. Estamos con Carlos Checa padre y Carlos Checa hijo. Hojeamos las grandes carpetas rebosantes de todo tipo de papeles: periódicos, cuadernillos, boletines, invitaciones, recordatorios, menús… Sigüenza habla con su lengua de papel a mil voces.
Carlos Checa hijo entre dos guillotinas, una moderna y otra antigua.
Las voces que se perciben como muy vivas. Quizá porque no estamos en una biblioteca ni en un museo, con aquel silencio respetuoso y alienador propio de estas instituciones, sino en una imprenta. Y lo que nos muestran el padre y el hijo Checa son frutos de trabajo de ellos mismos o de sus antepasados, en fin, de su familia.
Sus comentarios no son de archiveros sino de tipógrafos: “mira esta letra qué bonita…”, “es estampado en seco…”, “este ornamento se compone de pequeñas piezas…”, etc. Pero todos estos papeles son posos que han quedado de la historia cotidiana de Sigüenza, lo que tanto aprecian ahora los historiadores: la cotidianidad de una época como microcosmos histórico.
Resultó una gran ventaja para la ciudad que a lo largo de todo el siglo pasado funcionara en Sigüenza la imprenta “Rodrigo”. Al principio no se llamaba “Rodrigo”, se llamaba “La Minerva”. Con este nombre la compró un tal Cándido Rodrigo, bisabuelo de Carlos Checa padre y, respectivamente, tatarabuelo de Carlos Checa hijo. Con este acto Cándido Rodrigo determinó el oficio de sus descendientes a varias generaciones por delante. Esto ocurrió en 1890… “y algo”. No conocen la fecha exacta.
“Él compra la imprenta La Minerva que estaba en la calle Guadalajara y la mantiene con este nombre hasta que baja a la calle Serrano Sanz. Es cuando le cambia el nombre a su apellido: Imprenta Rodrigo… Y el nombre La Minerva es porque hay un tipo de máquina que se llama minerva, suponemos que será por esto. Hay carteles en los que se pone como pie de imprenta La Minerva, como un cartel de toros muy bonito que tiene el restaurante Sánchez, pero no sabes si es de antes o después [del cambio del dueño de la imprenta]”, cuenta Carlos hijo. Juan Carlos García Muela, cuando investigaba para su libro “Tiendas de Sigüenza”, tampoco encontró la fecha de la compra, nos dice Carlos.
El padre de Carlos Checa padre, Leoncio Checa Rodrigo, toma las riendas de la imprenta en 1935; el apellido “Rodrigo” se ha quedado en el segundo plano pero ya se había convertido en una “marca” y continúa como nombre de la imprenta.
Y, por cierto, existía otra imprenta en Sigüenza, la imprenta Box. (La imprenta Gráficas Carpintero es más reciente).
¿Hubo competencia? No, había trabajo para todos.
“¿Cuántos ayuntamientos llevaba la imprenta en aquellos tiempos, que nos contaba la tía Conchi? – se dirige Carlos a su padre. – Que llevaba papeles mi tía que ahora tiene 90 años… Llevábamos como 400 ayuntamientos entre Guadalajara y Soria”. Y ante nuestro asombro explica: “Tú piensa que antes no existían ordenadores… Si querías poner ‘se vende’ en la puerta de tu casa, tenías que ir a la imprenta… Todos los ayuntamientos tenían sus impresos, ¡y todos pueblos tenían sus ayuntamientos! Yo he visto impresos del Ayuntamiento del Atance, fíjate. El Atance está debajo del agua”.
Impresos de los casinos de Sigüenza.
Daba mucho trabajo el famoso “papeleo” burocrático, hoy casi por completo desplazado al mundo virtual (pero no disminuido). Sin hablar de carteles, programas de fiestas, entradas para espectáculos. La imprenta atendía todas las necesidades de los municipios.
Pero la parte más importante y vistosa de su trabajo eran las publicaciones periódicas.
Ahí está el semanario “La Defensa” cuyo “director propietario” era un abogado de Sigüenza, Eduardo Olmedilla, y que se fundó en 1917 y desapareció después de la guerra civil. Es de obligada mención la esporádica colaboración en la provinciana “Defensa” de Gerardo Diego, destacado poeta de la Generación del 27.
Periódico SIR
Cabecera de La Defensa
También en la imprenta Rodrigo vieron la luz los ocho números de “Lola”, el suplemento literario de la revista “Carmen” que editaba Gerardo Diego en Santander. Otro semanario que se imprimía aquí era “S.I.R.” (“Semanario Regional Independiente”, así se llama directamente), salía a partir de 1935 y seguía editándose en 1937. El director era Estanislao de Grandes Urosa, un personaje conocido en su tiempo y padre de unos personajes conocidos en nuestro tiempo… No vamos a profundizar en la historia de estos periódicos, se ha escrito mucho de ellos.
Pero nos muestran el padre y el hijo otras publicaciones que también nos llaman mucho la atención. Por ejemplo, el “Boletín Agrario” editado por la Asociación Mutua de Labradores de la comarca de Sigüenza. Su tirada era de ¡3.400 ejemplares! O el mensual “Boletín de Demarcación Sanitaria de Sigüenza” publicado por el Centro secundario de Higiene rural. Año 1933. El primer número. Una editorial muy inspirada con las promesas de “una humanidad más sana de cuerpo y de espíritu y, por tanto, más feliz”. Pero a la vez todo es muy práctico, y a los lectores les presentan las estadísticas de los nacidos y muertos en Sigüenza, mes a mes. Los seguntinos de entonces nacían y morían directamente en la ciudad, lo que facilitaba los cálculos (mientras ahora mismo, por ejemplo, nadie es capaz de decirnos la cifra exacta de los estragos del coronavirus en nuestra ciudad). Durante cuánto tiempo seguía esta interesante publicación, no lo sabemos.
Boletín agrario.
En la imprenta han quedado unos números sueltos de las publicaciones… “Aquí no hay nada archivado ni guardado”, dice con cierta lástima Carlos hijo. Pero así es la vida, qué le vamos a hacer. Guardar archivos no es tarea de una imprenta. “Lo que oí de mi padre – dice Carlos Checa padre– es que entregábamos al ayuntamiento los periódicos cada semana”. Era algo parecido a lo que ahora se llama el “depósito legal”: ciertos ejemplares de cada libro o periódico editado se entregan a un depósito oficial. Para la eternidad. Sin embargo, una vez un conocido de ellos, que hacía una tesis, por su consejo fue a ver los periódicos al ayuntamiento y no encontró nada…
Durante la guerra también tuvieron mucho trabajo. Cuenta Carlos Checa hijo: “El abuelo se fue los meses más duros a Carabias, tenía cierto miedo, porque ‘claro, si no me matan unos, me matan otros… Como hemos hecho periódicos de unos y de otros…’ Pero siempre contaban a mi padre los que trabajaban allí: en la vida no hemos trabajado tanto como en la guerra. Llegaba papel hasta el techo. ¿para qué trabajaban tanto?” La hipótesis de Carlos es que podían ser octavillas, porque también en la guerra cerca de Sigüenza había un aeródromo: “Yo creo que la mitad de las octavillas que se tiraban en Madrid se hacían aquí. Venían de Zaragoza camiones con papel. Y no eran carteles, era un papel muy malo, muy fino…”
No se ha quedado ni rastro de aquella misteriosa producción. En cambio sí que han guardado “La Defensa”, “durante todo el tiempo del franquismo el periódico de izquierdas estuvo guardado en la imprenta”, dice Carlos hijo. Y su padre recuerda el siguiente caso: “Hacíamos un periódico ‘Juventud’, tirado a la izquierda, lo hacían unos jóvenes… Luego vino un señor diciendo que era director del periódico ‘Juventud’ y en Guadalajara en la guerra quemó todo por miedo. Hice copias”.
Cabecera de La Defensa.
“Después de la guerra te daban cupos de papel –cuenta Carlos Checa hijo–. Pero no iba mal, la imprenta siempre es propaganda. Por lo menos la gente siempre tenía trabajo. Hemos trabajado siempre, mejor o peor, hemos funcionado”.
“Hasta diez personas estaban trabajando con mi padre. Todo está hecho a mano, letra por letra”, dice Carlos Checa padre. Cada número de cada periódico había que montarlo letra por letra. Y no solo montar sino luego desmontar, precisa Carlos Checa hijo. Con 15 años en los veranos él subía a la imprenta a desmontar los moldes. Las ilustraciones se hacían por medio de grabado, en Sigüenza no había grabador, tenían que mandar encargos a Madrid. Entre los asalariados, los tipógrafos eran los mejor pagados, “tenían un convenio de la leche” (Carlos hijo). Por la imprenta pasaron muy buenos profesionales, algunos montaron luego su propia imprenta, como uno que lo hizo en Albacete.
Luego se ha cambiado todo. En Sigüenza, en el mundo y en el oficio.
Ahora la imprenta Rodrigo está en proceso de transformación. Al timón se puso Carlos Checa hijo. Volvió a Sigüenza después de 15 años trabajando en una imprenta grande en Guadalajara. Aunque realmente nunca se había ido del todo. “Mi padre seguía aquí; de vez en cuando venía, para echarle una mano, hacía cosas, yo estaba yendo y viniendo desde”. La imprenta de Guadalajara “explotó”. Le ofrecieron trabajo en la Fábrica de la Moneda. Pero prefirió Sigüenza. Dice que su amigo desde la infancia, curiosamente hijo de otro impresor seguntino, Carpintero, trabajó junto a él todos estos años en la misma empresa guadalajareña, y a este le gusta la ciudad y quiere seguir en la ciudad, “pero yo soy paleto”, reconoce alegremente Carlos. Siempre ha estado “muy a gusto” en Sigüenza, e incluso no tiene nada en contra de ir a alguna pedanía.
La idea con la que ha venido es aprovechar la imprenta antigua, su valor histórico y su gran atractivo, y a la vez gestionar una pequeña imprenta moderna digital totalmente funcional y práctica. Trabajar en plan artesanal, con las máquinas antiguas, “es absurdo”. La maquinaria antigua, archivaletes con los tipos y otras cosas antiguas las quiere exponer en una sala para que lo pueda ver todo el mundo. Hablamos de que también se podría dar unos cursos, parecidos a los que hace la Imprenta Municipal de Madrid y hay colas de espera para participar, o los talleres que da un grupo de entusiastas “Familia Plómez” que montó una imprenta a la antigua. Parece que la implacable digitalización ha provocado una reacción en mucha gente. La magia de los viejos oficios está de moda.
Ahora mismo Carlos está preparando un local que tiene la familia en la calle Mayor. “Esto estaba hundido desde la guerra. Aquí en la guerra pusieron un cañón para disparar a la Catedral. De hecho han salido balas y un montón de cosas aquí”. Las obras y, sobre todo, la burocracia resultaron ser más duras de lo que había esperado. “Solo te lo voy a explicar en estas palabras. Si yo ahora mismo vuelvo a cuatro años atrás, no estaríais haciendo esta entrevista. No te digo más. Llevaría tres o cuatro años en la Fabrica de la Moneda trabajando”.
A pesar de todo, sigue fiel a la imprenta centenaria y la ve perfectamente funcionando en Sigüenza. Trabajo, dice, no les falta. Este año-covid lo toma, como todo el mundo, por excepcional. “No hay fiestas en los pueblos, no hay conciertos, no hay programas…”, cosas de las que vive la imprenta. Pero hay cartas de los restaurantes, tarjetas de visita, sobres personalizados de las empresas etc., y además Carlos siempre está dispuesto a experimentar.
Cómo no vas a ser versátil si tu oficio se ha cambiado por completo en los últimos veinticinco años. “Yo estudié Magisterio aquí y luego me fui a Escuela de Artes Gráficas a Madrid. Saqué toda la titulación que había en artes gráficas entonces. Haciendo prácticas en las rotativas de ‘El País’… Ahora todo es digital”. ¿Sirve de algo todo lo que aprendió al principio de su carrera? “Te sirve, y, sobre todo, saber los conceptos, organizar una cosa. Y aprender un oficio desde abajo siempre te vale. Pero ha cambiado muchísimo, no tiene nada que ver. Si viniera aquí mi abuelo, que hacía estos periódicos, diría: ¿eso qué es?”.
Incluso para su padre las nuevas máquinas digitales son un mundo totalmente ajeno. “Esto era arte antes –dice Carlos padre–. Antes era bonito”. Nos cuenta del papel de antes que no se amarillecía y de los colores de antes que no se alteraban (no es la típica “nostalgia”, nos muestra estos papeles y estos colores). Nos cuenta cómo se hacía el dorado y cómo se hacían letras grandes de madera para carteles porque no existían tipos de tamaño tan grande. Y cómo tenían catálogos de las fundiciones, en los que elegían los tipos. Muy apreciados, por cierto, por los diseñadores de hoy que a veces, impresionados por alguna letra, buscan desesperadamente el resto del conjunto…
Al final hablamos del destino de “criarse en una imprenta”, de seguir con el negocio familiar. ¿No les pasó otra cosa por la cabeza?, les preguntamos. “Pasaron demasiadas”, se ríe Carlos hijo, pero al final “asentó la cabeza” y siguió el oficio de su padre. “No me quejo, me gusta, no me estresa”. Él representa la quinta generación de impresores. “Mi hijo dice: Bueno, ¿yo soy de la sexta? Yo le digo: tú, a estudiar una oposición, como todos. Mis amigos de Magisterio, todo el verano de fiestas…” Lo dice de broma, pero cada broma tiene algo de verdad.
¿Y tú?, preguntamos a Carlos padre. Su hijo adelanta la respuesta: “Él es de febrero de 1934. Empezó a trabajar en los años 40, mira como estaba el patio, o tienes negocio con tu familia o…”
“Luego estudié la música”, interviene el padre. Y por cómo lo dice vemos que la música era la segunda o tal vez la primera vocación suya. Ha sido una familia de fuerte tradición musical. Pero este ya es otro tema.