“Esto ya lo había pensado yo”, son las palabras que muchas veces oye Miguel, propietario del albergue-centro de ecoturismo de Barbatona. Ahora el albergue parece algo tan natural que “si no existiera, sería necesario inventarlo”. Evidentemente faltaba un sitio donde pudieran venir grupos y reunirse familias, con las comidas y cenas hechas, en plena naturaleza y muy cerca de Sigüenza. Pero por mucho que eso se les haya “ocurrido” a una multitud de personas, sólo se ha hecho realidad gracias al esfuerzo de Miguel Viguria y su equipo.
Fuimos a visitar a Miguel una tarde lluviosa cuando en medio del recinto del albergue se formó un espacioso charco de lodo y todo estaba mojado y oscuro. Sin embargo, tres casas de piedra y madera parecían acogedoras y seguras. En el edificio central, que es el de espacios comunes —una sala de estar y un comedor— ardía una chimenea grande. Otra casa estaba preparada para recibir el día siguiente ocho familias de huéspedes. Sin preocuparse especialmente por la lluvia, Miguel nos cuenta sobre los “programas familiares” que se organizan para puentes como el que empezará mañana.
—Los llamamos “programa familiar medieval”. Aparte de conocer Sigüenza, aquí les preparamos talleres de temática medieval. Ocho familias que no se conocen entre ellos y conviven estos tres días. Sobre todo son los niños los que las unen. Hay familias que se han conocido aquí y están quedando para hacer salidas juntas. Lo conozco porque me meten en sus grupos de whatsapp.
La tercera casa es donde vive Miguel con su mujer e hijos:
—Somos cuatro, Silvia, yo y los dos chicos, tienen diez y siete años. Casi somos la mitad del pueblo. A partir de ahora quedamos nosotros... y cuatro más en Barbatona. Los niños tienen suerte de relacionarse con un montón de gente diferente. Cuando sean mayores, lo apreciarán, ahora solo lo pasan bien.
Tienen una huerta y animales: burros, gallinas (negras castellanas), patos y perros.
—Entra en el concepto del albergue porque a la gente que viene la invitamos que colabore en las tareas diarias que hay con los animales. También tenemos abejas, hacemos curso de apicultura. La gente que se aloja en el albergue o bien va a conocer la comarca por su cuenta —podemos asesorarlos—, o bien participa en una de las actividades que proponemos.
La capacidad del albergue son 60 personas. Hay ocho habitaciones, se transforman con facilidad para alojar a las familias o a los grupos.
—Un albergue rural no es menos cómodo, simplemente es otro tipo de alojamiento. Más actividades, más convivencia, más vida en común. Por ejemplo si viene un grupo de 30 personas, le damos exclusividad a este grupo, no metemos más gente. Si el grupo es más pequeño, saben que van a convivir con otro grupo. De hecho, suelen venir los viernes y cenan en dos grupos, en el desayuno ya están desayunando todos juntos. Aquí preparamos la comida de manera tradicional y casera. Local a medida de lo posible. Manzanas de Valverde de los Arroyos, la ternera de la Sierra Norte de Guadalajara, tomates, lechuga y mucha verdura de Calatayud, pan de Luzaga, compramos a Valentín desde que empezó él, que casi coincidió cuando empezamos nosotros. La miel es nuestra. Las legumbres y algunas harinas las compramos a los vecinos de Palazuelos. La idea es crear un poco la red en la zona, para poder apoyarnos.
¿Estás en la Asociación del Río Dulce y Río Salado?
—Sí, estoy con David Molina. Nuestra idea es un desarrollo local desde dentro y con la gente de aquí. Y, como se dice, hay mimbre para hacer una buena cesta.
¿De dónde venís y como habéis llegado a hacer realidad este proyecto?
—Vivíamos en Torrejón de Ardoz, teníamos mucho vínculo con la Sierra Norte de Guadalajara. Nos gusta mucho la montaña, la vida rural en general. Nací en Madrid pero una parte de mi familia proviene de Navarra y otra parte, de Cuenca. He estudiado en Torrejón y mis inicios profesionales fueron en Madrid, estuve muchos años trabajando como delegado de una multinacional italiana de pavimentos y revestimientos cerámicos, viajaba mucho, me gustaba mi trabajo. ¡Doce años con traje y corbata! Y a la vez estuve trabajando desde los 16 años con cosas de ocio y tiempo libre. Sabía que vendría a vivir al campo. Pero no sabía de qué manera. Lo que teníamos claro era que tenía que ser a través de una actividad. Porque todavía existe un poco la idea tópica en la urbe: me voy al pueblo y me retiro, con unos tomates y unas gallinas… En 2004 surgió una oportunidad de comprar este terreno. Y tampoco cuando lo comprábamos sabíamos qué íbamos a hacer. Algo de turismo pero de qué modo, no lo teníamos muy claro. Ahora vemos que el sitio resultó perfecto para montar precisamente lo que tenemos ahora mismo: el centro de ecoturismo “Barbatona”. Cuando llegamos no había nada parecido en la comarca de Sigüenza. Ahora a lo mejor hay más opciones para alojar grupos pero antes era más complicado.
¿Cuándo abristeis?
—En julio de 2013, este verano ha sido el sexto. Los primeros papeles para el proyecto básico se presentaron en 2007 —primero estuvimos en ADEL-Sierra Norte—. En 2012 pudimos empezar la obra y en un año lo teníamos todo terminado. ¡Un año de obras y casi seis años con los papeles! El Ayuntamiento de Sigüenza nos dijo que esto entraba dentro de la normativa urbanística pero necesitaban el visto bueno de diferentes organismos. El proyecto se envió desde el ayuntamiento de Sigüenza a diez organismos y en diez días contestaron todos... menos uno. Eso fue lo que retrasó todo.
Hacen senderismo interpretativo, multiaventura, escalada, espeleología, tiro con arco… Organizan diferentes cursos, por ejemplo, Mariano de Bujarrabal ha impartido varias veces el curso de domos. Tienen un kayak y en el embalse de Atance practican actividades acuáticas.
Y también tiene claro que la misma ciudad de Sigüenza “no se termina de entender si no se comprende su entorno que aporta mucho a toda su historia”. Aparte de trabajar con los grupos, hacen programación de actividades fijas para que la gente pueda ir apuntándose de manera independiente, sobre todo “porque ahora estamos contactando mucho con los alojamientos rurales de la zona para que lo ofrezcan como un valor añadido a su producto”.
En relación con diferentes actividades nos acordamos de unos conciertos que se daban en el albergue.
—Sobre todo era una escusa para juntar a gente de la zona. Alguna vez volveremos a hacerlo.
¿No notas que venga más gente a vivir a los pueblos?
—No termino de verlo. Muchas cosas que nos han vendido como desarrollo rural no se han llevado a cabo. A la gente que quiere instalarse en el entorno rural le echa para atrás no tener cubiertas las necesidades casi básicas: colegios, transporte escolar, sanidad, telecomunicaciones… Incluso mayores que antes quedaban, ahora se van porque les cierran los centros de salud.
Nos cuenta sus calamidades con la cobertura de internet, que hasta ahora, y al probar diferentes soluciones, falla bastantes veces. Se posiciona contra el proyecto del parque eólico al lado de Sigüenza porque, según él, no aporta nada al desarrollo de la zona, como no lo aportan ni macrogranjas de cerdos ni el fracking, piensa que solo pretenden aprovecharse del territorio.
—Si queremos un desarrollo rural activo, no necesitamos esas cosas. Necesitamos otras. Lo que he dicho: telecomunicaciones, buenas carreteras, centros escolares y centros de salud, formación para la gente de la zona, necesitamos fomentar la iniciativa de la gente, apoyar explotaciones ecológicas, ganadería y agricultura.
Colaboras con el Ayuntamiento...
—Siempre me he mostrado colaborador con todo el mundo. Y el Ayuntamiento es otra entidad con que colaborar. En los momentos difíciles del inicio del albergue, por los temas burocráticos que se enmarañaron en un principio, me echaron un cable... pero soy crítico con el formato y con la forma de hacer algunas cosas. No hay un plan claro. Se presenta Master Chef, ¡hay que cogerlo como sea!, se presenta Escapada Rural, ¡hay que cogerlo! Luego para las cosas de verdad no hay dinero.
Hablando del empleo, ¿cuánta gente trabaja en el albergue?
—Ahora somos 4 personas fijas. En temporadas fuertes llegamos a 12 personas trabajando. No me imaginaba yo que iba a dar trabajo a los 12. Mi perspectiva es tener una actividad con que vivir, poder mantener esa actividad en el tiempo.
Has convertido tu ocio en tu profesión…
—Esa es la clave. Y creo que podemos dejar un poco nuestra huella personal en la gente que viene. Porque vienen a nuestra casa. Yo no podría darle la llave a alguien el viernes y no verle hasta domingo cuando me devuelve las llaves y dice “hasta luego”.
¿Cómo te llevas con la gente de Barbatona?
—Al principio fue un poco chocante. Como siempre, la misma historia. Me costó un poco adaptarme. Ya estaba empadronado aquí, solicité traerme aquí la acometida de agua, me contestaron que tenían que reunirse y luego, que “no te podemos dar agua porque no hay”. Pero yo ya había hecho un pozo. Al principio todo era que “no”, y lo entiendo, hay desconfianza...