Pasa de ordinario desapercibida, pero es un elemento esencial en las procesiones de Semana Santa. Es quizá el elemento más humilde de la pompa que las rodea, pues apenas consta de un trozo de madera y una pieza de hierro en forma de media luna en la parte superior, con independencia de que las más recientes van reforzadas en el pie con una cazoleta de hierro para evitar su desgaste o adoptan cierta estética en la parte superior. Algunas van pintadas, aunque no es lo habitual.
Nada más levantar el paso sobre los hombros, antes de iniciarse la procesión, se escucha ¡Horquillas! Es el modo de señalar que el paso tiene que descansar en ellas para facilitar la preparación antes de comenzar. A continuación, los armaos saben que al primer golpe del jefe de paso las deben quitar para que el banzo quede apoyado de nuevo en sus hombros. La horquilla, a partir de ese momento, irá balanceándose en sus manos al ritmo del paso de armao. El golpe de parada sirve para poner la horquilla de nuevo en el banzo y descansar el hombro.
Para los armaos es una ayuda imprescindible con el fin de sujetar el paso en las paradas. Sirve, incluso, de apoyo para aguantar los giros en las curvas a quien debe permanecer quieto para que el paso gire sobre sí mismo.
Cuando termina la procesión, son las horquillas las que se apoyan en los banzos, bien sea de forma casi perpendicular, bien sea sobre ellos. Es una estampa secular y que lleva implícita el recuerdo del peso soportado.
Puestos a observarlas y si hay varias juntas, permiten descubrir cómo ha ido cambiando su tamaño a medida que la altura de los armaos ha ido incrementándose. Durante la procesión nos ayudan a comprobar, asimismo, las irregularidades de las calles seguntinas, pues algunas pueden quedar desparejadas y no alcanzar al banzo, obligando a las restantes a soportar el peso del paso y a los armaos que las sujetan a hacerlo con más fuerza.
La humildad de la horquilla es directamente proporcional a su utilidad. Sin ella sería imposible resistir apenas uno o dos tramos de una procesión. Un cacho de madera y un pedazo de hierro unidos sin los cuales no habría procesiones. Reconozcamos, pues, su valor y rindámosla un entrañable homenaje.
Pedro Ortego Gil