Félix Latorre es conocido amigablemente en Sigüenza como “El Moli” porque durante su juventud estuvo trabajando en la molienda de grano. Con 79 años cumplidos y los pulmones algo deteriorados –estado al que a buen seguro no resulta ajeno el polvo de harina respirado durante tanto tiempo como profesional de la molinería–, las anchas espaldas de Félix denotan a las claras la fortaleza necesaria para ejercer el duro trabajo de molinero. Y es que, como dice abiertamente el refrán:
Espaldas de molinero y puercos de panadera, no se hallan dondequiera.
Me recibe Félix en su casa, de la que sale poco, y me habla de su intenso pasado como profesional de la molinería. Originario de las tierras de Molina, procede de una familia de rancia tradición molinera: de hecho su padre tuvo un molino harinero –“El Vasillo”– en Taravilla, localidad próxima a Molina de Aragón (ciudad en cuyo escudo campean, por cierto, dos ruedas de molino, símbolo de su honda tradición molinera). No es extraño por ello que a los 16 años Félix recalase en Sigüenza para dedicarse a la profesión que había conocido y aprendido en el seno de su propia familia. Me cuenta que llegó a Sigüenza a finales de los años ´50 del siglo pasado y que se empleó en el molino de Alcuneza, que luego pasó a tenerlo en propiedad hasta que lo vendió unos diez años más tarde. El molino aquel tenía en esa época una maquinaria de cilindros relativamente moderna, y mucha actividad: de hecho a menudo se llegaban a moler los 3.500 kg de grano al día. Se molía todo tipo de grano, aunque los cereales que más se trabajaban eran los destinados a la fabricación de piensos. Eso sí, en aquella época ya no se efectuaba el cobro de los servicios de molienda mediante maquila, sino que se hacía con dinero. Por aquel entonces había varios molinos funcionando, tanto en Sigüenza como en los alrededores, y la relación de Félix con los otros molineros era buena. Me cuenta que se llevaba bien con los Charpa, que eran sus vecinos más cercanos. Y también con los Ochoa, que tenían dos molinos en Sigüenza.
Molino de La Retuerta hacia 1890. Se ubicaba en la carretera de Alcuneza. Desaparecido. Fuente: Davara et a.
Le pregunto que cómo eran las condiciones laborales y me dice que eran francamente duras. Que podían estar trabajando sin apenas descanso las 24 horas, porque el día lo dedicaban a moler el cereal para el pienso, y por la noche molían el trigo. Y que entonces el acarreo de los costales de grano de 70 kg se realizaba a hombros, y también el de las sacas de harina, que pesaban ¡nada menos que 100 kg! A los trabajos específicos de las faenas de la molienda había que añadir los necesarios para que estos pudieran realizarse, en particular la puesta a punto de las piedras de moler, que me cuenta Félix que había que picar cada 3 o 4 meses; y aunque según me cuenta la operación de desplazar las pesadas piedras era bastante sencilla, había luego que trabajar sus caras interiores con una gran pericia, empleando para ello herramientas dotadas de un temple especial, útiles que había a su vez que mantener bien afilados. Me dice que ese trabajo él no lo llegó a hacer, pero sí su padre. Otras faenas indispensables eran el remojo del grano antes de la molienda, el mantenimiento del resto de las instalaciones, y la monda periódica de los caces. Más tarde Félix tuvo otro molino cerca de la Estación, con mecanismo de martillo, que también requería de atenciones periódicas, consistentes en cambiar cada dos o tres meses los chapones que conformaban los martillos, debido al fortísimo desgaste al que estaban sometidos estos componentes. Con ese molino trabajó también para los Ochoa en numerosas ocasiones.
Pero a finales de los años ‘60 del siglo pasado la molinería tradicional tenía en Sigüenza y en todas partes los días contados. La rentabilidad de su ejercicio se hizo cada vez más reducida, y Félix no tuvo más remedio que abandonar su oficio y dedicarse a otros menesteres. Según nos cuenta, fueron varios los factores que ocasionaron la muerte de los viejos molinos, empezando por los más inmediatos, como la escasez del agua necesaria para moler una cantidad suficientemente rentable de grano o de legumbres. Pero había otras circunstancias de carácter estructural, relacionadas con la incapacidad de los molinos tradicionales para afrontar la durísima competencia ejercida por las grandes empresas que controlaban la producción y el mercado de las harinas a escala provincial o nacional (ORDÓÑEZ, 1993): de hecho Félix apunta a que el cierre de algunas de las instalaciones molineras seguntinas que aún pervivían en aquellos años fue “comprado” por las grandes empresas harineras con el fin de eliminar la competencia de aquéllas. Y es que, ya desde el primer tercio del siglo XX, la aparición de las fábricas de harinas –en las que se cambiaba directamente el trigo por harina ya cernida o incluso por pan– había supuesto un golpe mortal para el régimen de la molinería tradicional. Inicialmente muchos de los molinos históricos se pusieron al servicio de las fábricas, o se reconvirtieron en fábricas de harinas ellos mismos. Pero ni aún así pudieron sobrevivir, y los molineros tuvieron que reciclarse o –como ocurrió en muchos otros lugares– emigrar a las grandes ciudades.
Además, el régimen de Franco quiso poseer ya desde el año 1937 el control del mercado del trigo mediante el establecimiento de un monopolio gestionado por el SNT (Servicio Nacional del Trigo, después SENPA). Este intervencionismo produjo una enorme distorsión en los mecanismos tradicionales de obtención de las harinas –regulando, por ejemplo, las cantidades de grano susceptibles de ser molidas, o las maquilas– y, por encima de todo, ocasionó un descomunal mercado negro donde los precios de los productos finales alcanzaban valores exorbitantes. (RUIZ GONZÁLEZ, 2011). Los molineros tenían que moler el grano en condiciones adversas o a escondidas de noche, con el consiguiente riesgo de ser sorprendidos por la Guardia Civil (que, dicho sea de paso, a menudo hacía la vista gorda).
Molino de Los Aguilares, vista de poniente desde la vía férrea
Pero volvamos a nuestros antiguos molinos seguntinos, y a la actividad corriente y moliente que se desarrollaba en estos. El encuentro del arroyo del Vadillo con el río Henares se producía al norte de la ciudad tras discurrir ambos por unos cauces sinuosos y ramificados. Sin embargo la gran mayoría de los molinos no se alimentaba directamente de estos caudales principales, sino que lo hacía a partir del canal de los Molinos (hoy de Regantes). Otros molinos tenían su propio caz derivado del río, de manera que la vega toda estaba surcada por numerosos cursos de agua.
Pascual Madoz recoge hacia 1850 las siguientes industrias en la ciudad de Sigüenza:
…9 molinos harineros, 2 batanes, 2 lavaderos, uno de ropas y otro de lana, 2 tintes 7 alfarerías, 2 tenerías, 46 telares de lienzo ordinario de cáñamo y lino, 26 id. de bayetas,…
Y una vez más, mi amigo Diego Moreno viene en mi auxilio aportándome generosamente sus fundamentados conocimientos, con el fin de describir el panorama de los molinos asentados en la vega seguntina. Pues bien, remontando otra vez el río Henares aguas arriba hasta llegar a la “Obra del Obispo”, está documentado que allí existieron otras instalaciones molineras además del molino del Charpa, situado al oeste de las tapias de dicha Huerta. Así, las fuentes informan de que en el interior de esta cerca existió otro molino, el cual sería permutado más tarde por el Cabildo por otro construido ex novo, que trataremos más adelante. Y hubo otro más en esa zona, de nombre molino de La Ondaliza, que probablemente habría que identificar con los restos arruinados que aún perviven junto a las salinas existentes en el margen opuesto del río. Estas fuentes documentales informan además –si bien de manera un tanto confusa– de que dentro del recinto de la Huerta había un batán (el de Los Carrascosa), y se mencionan así mismo otros dos batanes más.
Molino de La Virgen de la Mayor (“El Molino”). Estado actual, con el tramo del canal de Regantes (antiguo canal de Los Molinos) asociado al mismo.
Como ya se ha visto, el canal de Regantes suministraba agua también a los dos lavaderos de lanas y de ropas situados al borde de la carretera de Alcuneza. Poco después de estas instalaciones se hallaba el molino de La Retuerta, ubicado junto a la urbanización La Rosaleda, que fue construido en el siglo XVIII. Esa edificación histórica ha sido sustituida en fechas recientes por otra cuya compacta volumetría recuerda la que tuvo el molino originario; antes que molino, esta instalación fue batán. Y es posible que en la misma Retuerta, pero en las inmediaciones de la antigua Fábrica de Alfombras, hubiera existido un segundo molino, hoy desaparecido. En La Isla existió además otro batán, que estuvo funcionando hasta la década de los años ’40 del siglo pasado, denominado molino Cienfuegos por el nombre de su propietario originario, que vivió en el siglo XVI; posteriormente este lo donó al cabildo catedralicio.
Ahora dejamos por el momento el canal de los Molinos para llegar hasta otro molino que se encontraba igualmente al este de la ciudad, si bien algo más alejado de ella. Se trata del molino de Los Aguilares, el cual se surtía de agua del Henares directamente a través de un caz propio. Construido en el siglo XVIII, la información conocida de su existencia data sin embargo del año 1880, aunque la construcción apreciable en la actualidad –ya en desuso como molino–, está conformada por un agregado de distintas épocas. Resulta particularmente atractiva la elevación de su cuerpo septentrional, realizada probablemente a principios del siglo XX y constituida por una fábrica de inspiración neomudéjar popular, decorada con una cenefa corrida de ladrillo de doble color. El resto de los cerramientos está construido con fábricas de mampostería. El acceso al conjunto se efectúa mediante un cómodo camino que parte del final del paseo de las Cruces.
Volviendo otra vez al canal de los Molinos, había otros dos más, relativamente próximos entre sí y situados al N-E del núcleo urbano, que se servían de este. Ambos molinos pasaron a manos particulares tras la Desamortización. El más oriental era el denominado molino de la Virgen de la Mayor –edificación que se conserva aún, si bien transformada en vivienda–, construido sobre el canal, cuyo caudal se puede apreciar aún hoy discurriendo a través de sus dos ojos. Este molino fue una institución capital para los que ya tenemos años, porque tras acabar su actividad molinera, el inolvidable Marcos López Artiga –promotor así mismo de otro local icónico de la movida madrileña, La Vía Láctea– lo acondicionó con gusto como pub y discoteca (“El Molino Rojo” que llamaban algunos, y que para la mayoría de los jóvenes de entonces era simplemente El Molino). Entre los años 1967 y 1989 este establecimiento se constituyó en un referente insustuible para la juventud, la cual encontró allí un ámbito de libertad y de modernidad como había pocos en la España de entonces. Y así sus estancias distribuidas en dos plantas se convirtieron en el lugar donde relacionarnos, vibrar con la buena música y disfrutar, desde el crepúsculo hasta el amanecer, de la noche seguntina. Hoy una sencilla inscripción adosada a su fachada recuerda todo lo que aquel sitio supuso para tanta gente.
Molino del Obispo (desaparecido), en una fotografía de 1930 circa. Fuente: Davara et a.
El otro molino que sobrevivió hasta finales de los años ´60 del siglo pasado es denominado de maneras diferentes en las fuentes consultadas por Diego: así, se le presenta como molino del Obispo, de la Mitra o incluso de Su Ilustrísima, y ya aparece citado en el Catastro del Marqués de la Ensenada. De notable empaque, esta instalación molinera estuvo situada en el espacio ocupado actualmente por los jardines de la urbanización de Santa Librada, y de hecho todavía pueden apreciarse en ellos varias piedras de molino –cuatro, para ser exactos– que nos hablan de la existencia en ese sitio de dicha industria molinera. Se trataba de una compacta edificación de planta rectangular y de dos alturas; de buena construcción, consistente en muros de mampostería y sillares bien labrados en esquinas, recercados, imposta y cornisa, presentaba un alzado de traza regular, con huecos amplios y ordenados. Fue demolido para ejecutar la urbanización que hoy ocupa este sector de la vega.
Los molinos del Obispo y de La Virgen de la Mayor, en una ortofoto de 1967. También se aprecia el canal de Los Molinos, el arroyo del Vadillo y el convento de las Clarisas. Fuente: PNOA, Vuelo Americano Serie C.
El canal de Los Molinos desembocaba en el rio Henares hacia la mitad del camino de la Estación (más propiamente calle de Alfonso VI), en tanto que la desembocadura del arroyo del Vadillo se realizaba igualmente a la altura de dicho camino, pero en las proximidades del denominado puente Nuevo, el cual permitía el paso de esa importante vía sobre el río. Al oeste de ese paso y en las inmediaciones del límite del conjunto urbano existieron otros dos molinos, siendo el más próximo al caserío el denominado molino de La Salida, cuyo acceso se efectuaba por un callejón del mismo nombre que salía del borde occidental de dicha calle, justamente frente a la esquina N-O de La Alameda. En el popular plano de Sigüenza de 1904 se refleja cómo esta instalación molinera utilizaba un caz particular que, cruzando la calle y después el arroyo del Vadillo, sacaba el agua del río Henares algo más arriba. Dicho canal, tras pasar bajo el molino, continuaba en dirección oeste hasta llegar a La Chopera, donde acababa desembocando otra vez en el Henares junto al puente situado frente al actual campo de fútbol, y después de alimentar otro molino más, que será el siguiente del que hablemos.
Del molino de La Salida hay referencias documentales desde el siglo XVII, y también después en el Catastro de Ensenada. Propiedad del Cabildo, es comprado en 1842 por la familia Ochoa –por cuyo nombre fue conocido desde entonces–, la cual lo convierte en fábrica de harinas a partir de 1866, ejerciendo como tal hasta finales de los años ’60 del siglo pasado. (Mi viejo amigo Jaime Gómez Olaya me recuerda que, de mozalbete, pescaba en su caz los cangrejos más gordos, que luego vendía al añorado Teodoro, El Pecas, y que este los servía luego en su bar-restaurante, magníficamente preparados por su esposa. Yo también hacía lo mismo, pero pescaba los cangrejos en otros humedales que no pienso desvelar, por si todavía queda por allí algún cangrejo superviviente). Hoy, el lugar donde estuvo el molino de los Ochoa está ocupado por una urbanización de adosados.
Molino del Obispo. Una de las piedras de moler, conservadas en los jardines de la urbanización Santa Librada.
El siguiente molino continuando por esa cacera es el molino de la Vega, que ya aparece documentado a principios del siglo XVII como propiedad del Cabildo. Tras la Desamortización fue adquirido así mismo por la familia Ochoa, por lo que también se le conoce como el molino de los Ochoa de Abajo, por hallarse este “al socaz” del molino de La Salida; en 1868 dicha propiedad solicitó autorización para convertir ese molino en fábrica de harinas. Las instalaciones que nos han llegado hasta hoy presentan un indudable interés desde el punto de vista urbano y ambiental, constituyendo un conjunto de diversas edificaciones que se agrupan alrededor de un gran patio comunal. De entre las construcciones que lo rodean –alguna de las cuales posee una marcada condición residencial, con galería superior incluida– destaca el gran cuerpo de la nave principal de la fábrica, cuyos frentes se caracterizan por dos hastiales dotados de remates escalonados, y una decoración de arquillos rampantes figurados.
Molino de La Salida o de Los Ochoa de Arriba, en una ortofoto de 1930 circa. Se ve el caz, el río Henares, el puente Nuevo, la ermita de Humilladero. Fuente: Col. Cano
El siguiente y último molino con que contaba la ciudad era el molino del Canto Blanco, situado junto a la carretera de Moratilla de Henares, que bebía directamente de las aguas del río. Su construcción data del siglo XVIII, y sirvió para sustituir al molino que se encontraba en la Huerta del Obispo, y que desapareció en el transcurso de la realización de dicha Obra por parte del obispo Díaz de la Guerra. Tenía dos piedras y duró hasta el año 1962. De notables dimensiones, en la actualidad se conservan solamente sus cuatro muros perimetrales, muy erosionados.
Esta enumeración básica de ingenios molineros seguntinos, se complementa finalmente con un batán –hoy desaparecido– documentado en el siglo XVIII, que cogía agua del manantial de Los Chorrones.
Molino de La Salida o de Los Ochoa de Arriba, en una fotografía panorámica de Sigüenza de 1905 circa. Fuente: Davara et a.
A la larga reseña aportada hasta aquí hay que añadir El molino de las Peñuelas, o Polvorín, edificación de propiedad municipal situada sobre un alto al sur del Castillo. De planta circular, buena fábrica de sillería y tejado cónico, esta pequeña instalación se construyó expresamente como molino de viento, si bien hace tiempo que perdió sus atributos característicos; posteriormente fue empleado como depósito de explosivos. (https://histgueb.net/polvorin). Y habría que completar esta enumeración de los ingenios destinados a la molienda de grano o a la elaboración de paños o papel con los generadores de electricidad hidráulicos, de los que existió un buen número diseminados por los distintos cauces seguntinos. Pero este tema merece una atención aparte.
Molino de La Vega o de Los Ochoa de Abajo, luego Fábrica de Harinas. Vista general.
A lo largo de estas entregas han sido muchas las personas que me han aportado sus conocimientos sobre el apasionante mundo de los molinos seguntinos para poder elaborar este largo relato, que al final se ha convertido en un trabajo colectivo: sea para todas ellas mi agradecimiento. Así, recientemente Luis, un amable lector, en un comentario en la web me ha avisado de la existencia de un molino en Riosalido que no aparecía en las fuentes manejadas por mí, aunque está documentado por Pascual Madoz en su Diccionario de 1850. Según me indica este amable colaborador, se trataba de un molino de cubo situado al final de la calle del mismo nombre, que estaba alimentado por el agua del río Cubillo, afluente del Salado, y del que no quedan sino unos pocos restos. De la misma manera, otro amable informador nos indica la existencia de otro molino en ruinas, el molino del Tío Bu, situado en el tramo del río Dulce que discurre entre Mandayona y Aragosa, junto a unas de las bonitas cascadas que el río forma en esa zona.
Molino de Canto Blanco, estado actual. Exterior desde la carretera de Moratilla de Henares
La actividad molinera tradicional desapareció porque su oferta había quedado obsoleta en un mundo altamente industrializado y urbanizado: estaba por lo tanto abocada a un fin inevitable. Pero nuestros molinos no poseen solamente un valor cultural en tanto que testimonio de formas de vida periclitadas; también pueden hacernos un último servicio poniendo de manifiesto cómo el empleo de una red capilar de fuentes de energía renovable, unida a una producción y distribución de bienes de alcance local, pueden ser una alternativa válida a la hora de afrontar el cada vez más cercano final del uso de los combustibles fósiles.
Ver primera y segunda parte: