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Sobre Richard Wagner se han escrito miles y miles de páginas que han destripado convenientemente su acusada personalidad, sus aventuras amorosas, su ajetreada existencia, su relación con el príncipe Luis de Baviera o su obra artística.

Y en esa prolífica literatura podemos encontrar de todo. Desde el elogio más absoluto con la consiguiente elevación del compositor a los altares de la historia de la música (donde, sin duda, ocupa un lugar de privilegio junto a las vacas sagradas y reconocidas mundialmente como Bach, Beethoven, Brahms o Mozart), hasta auténticos panfletos denigratorios en los que se coloca al sujeto a caer de un burro. Panfletos (y también sesudos y razonados escritos) que, por otra parte, Wagner, reconocido antisemita, se encargó de dar pie a su existencia si nos remitimos a algunas de sus provocativas obras escritas, en especial la más famosa de todas ellas, El Judaísmo en la música, disparatado opúsculo en el que ofrece su pensamiento(¿) acerca de la raza y del pueblo hebreos, y que tan a gusto esgrimieron los nazis años después como inspiración ideológica y pretendida justificación cultural para exterminar a más de cinco millones de judíos. No cabe duda que la persona y la obra de Richard Wagner son extraordinarias y dan mucho juego para el análisis, con una brutal influencia en movimientos artísticos, culturales e intelectuales posteriores. Su obra, para la inmensa mayoría genial y para muchos al menos controvertida, ha alcanzado la inmortalidad y 140 años después de su muerte es de los músicos más representados (y apreciados por el público) en los teatros de ópera de todo el planeta. Ello no impide el rechazo de sectores (judíos aparte) a su estridencia orquestal, a sus excesos en el desarrollo de las escenas (declaraciones de amor de 20 minutos, monólogos eternos….) o al planteamiento de la expresión de la voz humana, sometiendo a los cantantes a un esfuerzo sobrehumano en ocasiones. Pero su concepto de la expresión artística, el grandioso espectáculo del drama puesto en escena, adquieren dimensiones de grandeza que esconden los pruritos y en ocasiones discutibles principios ideológicos que lo inspiran. El libro de Alex Ross (reconocido crítico estadounidense, galardonado en diversas ocasiones por sus obras) es una magnífico estudio en el que desmenuza con gran lucidez la influencia del compositor en la literatura, la música, por supuesto, el teatro y demás actividades artísticas, pero especialmente en la vida intelectual e incluso política posterior durante todos estos años que han seguido a su muerte en Venecia, en 1883. Una influencia que, a juicio del autor, no ha sido siempre beneficiosa, bastando como ejemplo la ya comentada sobre el régimen nazi, que a su vez entendió tan sólo aquello que le favorecía en sus terribles planteamientos, obviando sus virtudes artísticas y la revolución en la técnica musical sobrevenida, quedándose con una ridícula y grosera interpretación de sus contenidos ideológicos. 

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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