Poca atención ha observado la historiografía hacia la filósofa y activista política Simone Weil (por favor, no confundir con la política superviviente de Holocausto Simone Veil, presidenta del Parlamento Europeo entre 1979 y 1982). Nuestra heroína, nacida en Paris en 1909 puede resultar una perfecta desconocida para las generaciones de los últimos años, y sin embargo su figura alcanzó un notorio prestigio en la primera mitad del siglo XX, a pesar de su corta vida. Sus orígenes: nacida en el seno de una acomodada familia judía y laica; padre, un reputado médico y hermano, André, un matemático de renombre. Una vez graduada, comenzó su actividad docente y escritora, distinguiéndose por un carácter solidario con los necesitados que le llevó a adoptar las ideas revolucionarias que se extendían por toda Europa, especialmente tras la revolución soviética de 1917. Tras abandonar la enseñanza, realizó trabajos de carácter manual, como obrera agrícola y en la fábrica Renault, lo que le hizo confirmar sus ideas acerca de la explotación de la clase trabajadora. Firme creyente en que la redención de los trabajadores vendría a través del reformismo revolucionario, con menor carga de violencia, al llegar 1936 tomó la decisión de acudir a luchar, con las armas en la mano, a la guerra civil española, en el bando republicano. Y éste es el asunto principal de la narración objeto de la presente reseña. Llegada a Barcelona, se alista a la que fue conocida como columna Durruti, que se dirigió hacia Zaragoza a fin de colocarla del lado gubernamental, bajo el mando del célebre revolucionario anarquista. Herida al mes escaso de su incorporación a las milicias tras un absurdo accidente, tiene que regresar a Francia con la familia. De su estancia en España ha quedado su afirmación en sus conceptos revolucionarios y un regusto mal digerido: su acerva crítica al absurdo uso de la violencia innecesaria e injustificada derivada de los asesinatos de un joven falangista y un sacerdote (éste muerto entre risas por un pistolero envalentonado). La muerte del muchacho resultó un episodio que hoy todavía se discute, tras caer el chico prisionero de la columna y pasar un par de horas a solas con Durruti, éste convenciéndole para cambiar de bando, a lo que el muchacho se negó, siendo pasado por las armas, sin quedar claro cómo se fraguó realmente este crimen. Weil falleció en Inglaterra a los 34 años de tuberculosis. Resucitada por Albert Camus, quien vio en ella “el único gran espíritu de nuestro tiempo”. Su prestigio, admirado a través de sus escritos, ha venido en aumento en los últimos tiempos por su discurso ético, su sensibilidad espiritual y solidaria, su amor por los menesterosos, humanismo y claridad de su discurso. El también francés Adiren Bosc, autor de dos anteriores escritos no conocidos en nuestro país, nos trae ahora esta magnífica evocación de un personaje digno de estudio.