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Nacido en San Sebastián en 1959, Fernando Aramburu se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza. Animado por el surrealismo, colaboró en la edición de una revista de carácter cultural a finales de los años ochenta del pasado siglo, que mezclaba poesía, contracultura y sentido del humor. Comenzó publicando un libro de poemas,  Ave sombra, en 1981. Posteriormente, en 1985 se trasladó a Alemania, en dónde reside desde entonces, y desarrollando en este país su amplia actividad literaria, galardonada en 2011 con el premio Tusquets por la novela Años lentos. En 2017 ha obtenido los premios de la Critica, el Nacional de Literatura y el Francisco Umbral al libro del año, todos ellos por Patria, obra que hoy traemos a colación. En Los peces de la amargura, que vio la luz en 2006, volumen compuesto por una serie de relatos, aborda por primera vez el dolor y la incertidumbre de las víctimas de ETA, texto también premiado con diversos galardones. Estos relatos son, junto con las manifestaciones realizadas por las propias víctimas, las primeras exposiciones públicas que ponen al descubierto la angustia que domina la existencias de tales víctimas, calladas y silenciadas por la cultura oficial durante muchos, demasiados años. Patria da otra vuelta de tuerca al tema, en este caso presentándonos la dupla de una familia marcada por el asesinato del paterfamilias, y de otra con un hijo terrorista en la cárcel, tal vez el asesino del anterior. Ambas familias son del mismo pueblo, un lugar sin nombre que puede tratarse de cualquier pequeño pueblo vasco, en que todos se conocen y crecen las cuadrillas de amigos y compadres de aficiones, como el mus o la bicicleta. Las dos familias no sólo conviven, sino que son íntimos amigos, ellos compañeros de juegos y aficiones, ellas amigas desde la infancia. Ello perdura en el tiempo… hasta que la violencia termina separándoles, creando un odio irreparable donde antes había una unión aparentemente inquebrantable. El libro resulta, así, un testimonio de primera clase sobre aquellos años, centrando su propósito en las relaciones entre los ciudadanos que se encuentran en uno u otro lado de la moneda, sin profundizar en la razón política de unos u otros, que queda así difuminada. Contempla la opción ideológica, así como su radicalismo como una inquietud u obsesión personal, en la que importa más la singularidad de cada individuo que la certeza o falsedad de la postura política. Estudia al sujeto, no da razón política alguna. Sí que aprovecha la ocasión para mostrar la demencia de ese radicalismo que termina por envenenar los individuos y sus vínculos humanos. Escrita con respeto al habla coloquial, los personajes son totalmente creíbles y aterra pensar el calvario en que se convirtió la vida para muchos en los años de plomo. Tan sólo el venturoso final resulta harto inconcebible.