José Manuel Alonso
Segadores, del libro “Torija. Los ojos de la memoria”, 2008.

Decía el historiador Albert Soboul que todo el dominio de la historia, incluso la más tradicional, pertenece a la historia social. Con ello quería significar que la historia se orienta, esencialmente, hacia el comportamiento colectivo de los hombres. Y aunque sabemos que el hombre como individuo no está excluido del campo de la historia, el protagonismo histórico no se produce individualmente, sino colectivamente, actuando como grupo, ya de forma inconsciente ya de forma voluntaria, racionalizada, o no.

Las canciones forman parte del acervo cultural de una sociedad y ayudan a comprender las dinámicas que en ella se desarrollan.

Las acciones que rigen nuestro comportamiento se vuelven tan habituales que sin percatarnos de ello, las damos por cotidianas. El hábito puede llevarnos a perder la perspectiva histórica, la noción de construcción cultural que tiene la música popular, las canciones que hemos oído y asimilado durante generaciones.

El pueblo llano, los religiosos y los gobernantes utilizaron la música para hacer culto a sus costumbres o creencias. Y, muchas veces, las canciones son interpretadas en sus juegos por los chicos y chicas, y buena parte de ellas, recogidas de anteriores generaciones.

Las rondas, ruedas o corros son uno de los juegos favoritos de los niños de todas las latitudes. Su origen se remonta al surgimiento de las civilizaciones humanas. El baile en círculo se encuentra en el origen del nacimiento de las religiones y aparece ya en la Edad de Piedra; en la actualidad aún son ejercitados por grupos étnicos que conservan sus acervos culturales.

No es sencillo hoy imaginar la vida cotidiana en una Edad Media en la que los parámetros eran muy diferentes a los nuestros. El individuo se disuelve en el sujeto colectivo y éste adquiere una relevancia capital en la vida de las personas.  Las celebraciones religiosas, las fiestas, la siembra y la recolección son hechos que tan sólo se entienden en un contexto grupal. También las canciones y los bailes. El corro se convierte en la forma más habitual de la danza colectiva y esta recuerda acontecimientos que permanecen en la memoria. La vida y la muerte, el cortejo, la vida familiar, los azares de las edad son motivos habituales. Las danzas de la muerte son un buen ejemplo de ello. Liberadas de su carácter más ritual, pasan a formar parte habitual de la vida comunal.

“Corro de la patata”

Y la muerte está ligada durante buena parte de nuestra historia a las pestes, pandemias que afectan a la población y que en el imaginario colectivo se relación con la culpa, el castigo o la voluntad divina. Durante muchos siglos sin mejores remedios que los rituales, los rezos y la reiteración de supuestas panaceas que se han mostrado útiles para algunos síntomas. La “peste” puede ser cualquier enfermedad pandémica: Las diferentes clases de peste en si mismas, con especial atención a la peste negra, el cólera incluso la viruela. Uno de sus síntomas más comunes es la descomposición, que se traduce en colitis galopante. “Agachaditos”, como recoge la tradicional canción que acompaña al “Corro de la patata”, el final llega “agachaditos”. Es decir, todos los afectados por la peste, acaban en cuclillas. Remedios contra eso, los cítricos, y en especial, el limón: naranjitas y limones, que es la comida de los que pueden permitírselo, es decir, de los señores.  Nuestro tradicional “Corro de la patata” entronca así con las danzas de la muerte, marcando una evolución de éstas al introducir la variante de las diferencias sociales, que pueden hacer frente con más garantías de éxito a la enfermedad consumiendo productos astringentes.

“Mambrú se fue a la guerra”

Caso peculiar es la canción de Mambrú. El duque de Marlborough había sido un mal enemigo para los franceses en la guerra de Sucesión al trono de España.  John Churchill, que tal se llamaba el I duque de Malborough, era marido de una dama íntima de la reina inglesa y un reconocido estratega militar. Tras derrotar a los franceses en la batalla de Malplaquet, en 1709, una serie de avatares hizo creer a sus adversarios que había muerto en combate, y los soldados compusieron una cancioncilla en tono burlesco. Adaptaron como melodía una composición de origen árabe que los cruzados habían llevado a Francia hacía ya muchos siglos y se popularizó a mediados del siglo XVIII a través de una de las nodrizas del Delfín de Francia. La canción agradó a los reyes, y “Malbroughs’en va-t-en guerre” pasó a la corte de los borbones hispanos  con el nombre de “Mambrú se fue a la guerra”. De allí se hizo popular entre el pueblo madrileño donde las niñas solían utilizarla para acompañar el juego de la rayuela. Un largo y curioso recorrido para una canción que recuerda los avatares de la Guerra de Sucesión a la Corona de los reinos hispánicos y cuyo tema fuera empleado más tarde  por Beethoven en su obra La Victoria de Wellington, sobre la derrota napoleónica de Vitoria en 1813 para simbolizar a Francia.

Una fiesta en la bodega. Gárgoles de Arriba. (2009). Foto de archivo.


Canciones de cortejo

Los jóvenes de los siglos XVIII y XIX, nacidos en una sociedad patriarcal y religiosa, tenían que buscar recursos para conquistar marido o mujer y formar una familia, tal como lo habían hecho sus padres y abuelos. Los mozos disponían de las rondas nocturnas, en las cuales se dejaba claro qué mozas eran sus preferidas o las que intentaban cortejar. Pero las mozas no disponían de este tipo de prebendas, por lo que tenían que aprovechar cualquier manifestación de juego o festiva para provocar a los mozos que merodeaban por los lugares donde ellas se estaban divirtiendo. Antaño, cuando se celebraban las fiestas, las mozas cantaban y hacían sus corros, aprovechando las pausas de descanso que hacían los músicos que amenizaban el baile; muchas de  canciones populares son canciones de cortejo que reflejan esa imaginación necesaria para para provocar a los mozos:
Al pimiento colorado, azul y verde
la señorita Pili casarse quiere
y no quiere que sepamos cual es
su novio…

Canciones de segadores

También las canciones de segadores y jornaleros nos permiten conocer de primera fuente cuál era la realidad material y social que vivía en campo español, lastrado por un latifundismo acendrado que obligaba a los campesinos sin tierra a trabajar por un jornal:
Si el sol fuera jornalero
No madrugaría tanto,
y andaría más ligero…”
Junto con la dura tarea del jornalero, los problemas intrínsecos que acompañan a la sociedad rural: la comparación entre los hijos del segador y los del amo, la precariedad, el caciquismo… Las canciones de siega permiten el conocimiento de la realidad social en el mundo rural en los siglos XIX y XX.

Guerras en África

Y una constante de la historia contemporánea de España no puede estar ausente del cancionero popular: África, las guerras coloniales que acompañaron nuestra presencia en el Norte de África, desde la política de prestigio que llevó a la Unión Liberal a intervenir en Marruecos en 1859, hasta los desastres del barranco del Lobo y Annual, y el posterior desembarco en Alhucemas… Las profundas diferencias de uno u otro momento quedan perfectamente reflejadas en estas coplas:
Ahora, pueblo, di conmigo
¡Viva la gente guerrera!
¡Viva el soldado español!
¿y los moritos? ...que mueran.

Melilla ya no es Melilla
Melilla es un matadero
Donde van los españoles
A morir como corderos.

Le tocará al historiador reflexionar sobre todas estas fuentes, comprenderlas y sacar las conclusiones.  El coro de zarzuela “De los repatriados” que nos habla de las gentes que vuelven de la guerra de Cuba, las jarchas de los quintos, de las dificultades de aquellos que no podían librarse del servicio militar; las canciones de las guerras carlistas o los cantos de los soldados de las Brigadas Internacionales suponen unas fuentes tan ricas, tan expresivas y tan imprescindibles para elaborar una historia crítica, una historia superadora de dogmas doctrinarios y olvidos acendrados, como cualquier documento o cualquier discursos. Quizá mucho más, porque suelen representar la voz del pueblo contándonos de primera mano unas vivencias y unas impresiones que tantas veces, no tenemos la ocasión de recoger de otras maneras.

José Manuel Alonso
Profesor de Historia.  Director del Departamento de Historia y Geografía del Instituto Miguel Servet de Zaragoza