El inaugurator (homo comicius) es un espécimen que sale de su letargo, cobra protagonismo y se manifiesta, sobre todo en las temporadas en las que vislumbra cercanas citas electorales. Su función es inaugurar cualquier cosa susceptible de ser inaugurada. Tradicionalmente los inaugurators tenían especial querencia por los pantanos pero en la actualidad, ante la pertinaz escasez de ríos sin empantanar, ya no discriminan ni hacen asco a inaugurar ninguna infraestructura; desde una autovía a ninguna parte, un megaparque eólico, solar o porcino hasta un aeropuerto fantasma pasando por una humilde senda comarcar recién asfaltada, un jardín histórico bien enlosado o una iluminación ornamental del cielo de cualquier localidad. Los edificios multiusos son un buen objeto del deseo del inaugurator, ya que al tratarse de inmuebles polivalentes, tienen la ventaja de poder ser inaugurados en varias ocasiones en cada una de sus variadas facetas.
Pero un inaugurator que se precie no solo se ciñe a las realidades materiales de poner una primera o última piedra a un edificio sino que va más allá y también puede inaugurar cualquier manifestación del patrimonio inmaterial. Así no dejará de estar presente glosando con su florido verbo todo tipo de concursos, juegos florales, conmemoraciones, certámenes, ferias, espectáculos deportivos de todo tipo.
El inaugurator actúa en simbiosis y es seguido, cual moderno influencer, por un gran número de seguidores, los llamados palmípedos humanoides (australopithecus palmerienses) ya que su principal función, que realizan a la perfección, es escoltar al inaugurator y aplaudir estentóreamente cualquier actuación llevada a cabo por nuestro protagonista, ante el que adoptan una postura de sumisión. La especie tiene muy desarrolladas las extremidades superiores y cuando están contentos baten rítmicamente las palmas de sus manos a la menor indicación de los homínidos superiores. El inaugurator está dotado de un limitado aunque apabullante vocabulario que combina aleatoriamente en sus actuaciones con admirable destreza y es capaz de construir con desparpajo todo tipo de frases estereotipadas. Así no puede faltar en sus alocuciones el poner en valor con énfasis cualquier cosa, el señalar un antes y un después de cualquier evento y el avanzar siempre a buen ritmo en lucha contra la despoblación apostando decididamente por el futuro.
Hay dinastías hereditarias de inaugarators que practicar este arte desde la cuna, nos referimos a los inaugurators reales a cuya casa se le asigna un cuantioso presupuesto para que se formen en este singular oficio y acudan a cualquier tipo de evento, siempre que lo consideren digno de su real atención. Tras ellos siempre pulula un gran número palmípedos que medran a la sombra de estos inaugurators y viven de glosar en publicaciones de papel couché o en plataformas audiovisuales, sus andanzas pre y post inauguratorias.
No obstante, salvando este caso específico de inaugurators dinásticos, el inaugurator típico no nace sino que se hace a sí mismo. Para inauguraciones de andar por casa cualquiera puede servir si consigue formar parte del organigrama de la baronía de cada región. Pero el inaugurator de a pie, para dominar esta disciplina debe durante años y aprovechar cualquier evento, por humilde que sea, para ejercitarse. Aunque la especie sigue gozando de buena salud y no hay síntomas de que su censo decaiga, ya va siendo hora de que esta actividad esencial se profesionalice y que se creen en las autonomías Colegios Oficiales de Inaugurators dependientes de alguna Consejería de Asuntos Varios para que actúen como luminarias en este prometedor campo. Solo así, consolidando esta actividad, la sociedad podrá avanzar por la brillante senda del progreso.